sábado, 30 de marzo de 2024

El poder de la adicción | Capítulo 8 - ¿Por qué quieres embriagarte? Décima entrega del libro

¿Por qué quieres embriagarte?

A la edad de catorce años yo me había convertido en un alcohólico. Dedicaba la mitad de mi vida a beber y eso producía un drástico cambio en mi interior que me apartaba de muchas personas. Mis relaciones sentimentales con mi familia no eran las mejores. Me alejé de núcleos sociales buenos y productivos, me enredé en situaciones peligrosas y degradantes. Todas mis actividades estaban enmarcadas en la ebriedad, dejando escapar grandes oportunidades y descuidando mi educación. —Eres rechazado y debes involucrarte en un mundo muy diferente al que tenías, lo cual se convierte en un círculo vicioso que no te deja retomar el camino, que no te permite volver atrás. Entonces afloran la rebeldía y las conductas negativas—.

Por fortuna obtuve algunos logros y terminé la secundaria, pero desperdicié la oportunidad de continuar con la educación superior. Estaba ciego, envuelto en perdidas ilusiones y vislumbrando un falso futuro, engañado por las trampas del placer, del dinero fácil y de la bebida, alejándome cada vez más de la vida real. Fracasé en muchos de mis intentos por surgir y ser bueno en distintas actividades; es lógico, nunca di lo suficiente para lograrlo porque estaba ocupado en mi mundo irreal y nefasto.


Desprecié a muchas personas que quisieron ser parte de mi vida; malgasté oportunidades que pudieran ofrecerme felicidad y acercarme al éxito social, perdí mi mejor tiempo, pero eso sí te garantizo que tomé y tomé como si la bebida fuera a acabarse.

Experimenté muchas cosas que no todos tienen la oportunidad de hacer. Recuerdo una frase que yo promulgaba con orgullo y con delirio (y que todavía hoy lo hago): «que me quiten lo bailao», refiriéndome a la gran satisfacción por todas aquellas experiencias vividas, jactándome de ellas como si fuesen lo mejor.

Sin duda, el alcohol puede llevarte por caminos muy oscuros. Te acerca al bajo mundo, ese donde habitan la delincuencia y la maldad, donde faltan los principios y los valores morales (aquellos que tal vez sí puedas encontrar en una sociedad sana). Te acerca a otro escenario igual de peligroso: las drogas. La oferta y las oportunidades aumentan, presentándose de múltiples formas para invitarte a probar y consumir otras sustancias. Pero además tu voluntad se mina por completo, lo cual conduce al quebrantamiento y por consiguiente a una vida indisciplinada que te convierte en un individuo capaz de hacer cualquier cosa. Llegas a un estado en el que no sabes qué está bien y qué está mal, ves las cosas desde un punto de vista diferente al que tenías primero.

Estarás pensando que toda esa trágica y exagerada versión de una vida desperdiciada está ligada o que corresponde únicamente a individuos que perdimos el control y avanzamos a niveles relativamente terminales y desenfrenados. En parte tienes razón, porque no todos hemos debido afrontar las mismas circunstancias infernales e irreales a consecuencia del alcohol, algunos apenas han llegado al umbral logrando entender y percibir a tiempo el peligro de continuar; otros, en cambio, desgraciadamente han debido llegar a lo más profundo del abismo convirtiendo sus vidas y las de sus familias en un tormento inevitable.

La cuestión es que las consecuencias no se manifiestan con igual celeridad y contundencia en todos los individuos; algunos son más fuertes que otros. Muchos cuentan con suficiente apoyo moral y sentimental, poseen una estructura psicológica sólida, control sobre sí mismos y gran fortaleza de carácter, han recibido y aceptado una oportuna formación.

Todos estos factores inciden en que el camino se haga más corto o más largo para caer en la desgracia por trazar una ruta equivocada gracias al alcohol, o en que se pueda transitar la vida sin tener que pasar por absurdas y desafortunadas experiencias. «Para llegar al final solo basta con emprender el camino», y todos sabemos con certeza lo cortos que son los caminos que conducen al mal y a la perdición.

Por más control que tengamos o creamos tener en cualquier actividad o hábito de vida, siempre llegará el momento en el que las cosas cambien. La repetición de pensamientos y de acciones nos lleva hacia las costumbres, estas se transforman en hábitos y ―finalmente― en automatismos; actuaciones ordenadas desde el subconsciente sin un juicio previo de la consciencia.

«El mundo del alcohol es similar al de las drogas, con la diferencia de que estas últimas son estigmatizadas, temidas, criticadas, rechazadas y penalizadas. En cambio, el alcohol es aceptado y acogido por la gran mayoría de los miembros de la sociedad».

Diferentes circunstancias en la vida de cada individuo pueden influir para que este adquiera el hábito de la bebida y, para que estando dentro, alcance grados preocupantes de adicción. Debo reiterar que la educación, la estabilidad emocional, las condiciones socioeconómicas y la construcción personal son preponderantes. Sin embargo, el alcohol toca a cualquier persona sin importar su sexo, edad, raza, estrato social, costumbres, creencias, etcétera.

No porque eres rico, estás exento de caer en la adicción; o porque estás del lado opuesto (la pobreza) te vas a librar de ser alcohólico. No importa tampoco que seas profesional, asalariado, estudiante, comerciante, ama de casa, ladrón o vago. —Todos podemos ser presa fácil de este monstruo—.



«Claro que existen ambientes más propicios y fértiles para que proliferen las cosas negativas, pero definitivamente si quieres tomarte un trago puedes hacerlo donde quieras y en el momento que lo desees».

Sobre las motivaciones por las que lo haces, ni hablar: tomas porque estás alegre, triste o preocupado. Tomas para enamorar, plantear o definir un negocio, para hacer amigos y divertirte, etcétera. Pero, sobre todo, tomas porque las personas que te rodean te invitan a hacerlo. De alguna manera te lo sugieren, te seducen, te sugestionan…

¡Es inconcebible celebrar sin alcohol! Una fiesta sin licor no parece agradable para muchas personas. Cuando vas de pícnic o a un asado, no deben faltar los tragos. Si tienes una reunión íntima, es válido compartir unas copas. Para calmar tus penas, recurres al alcohol. Si te reúnes con tus amigos en la bolera, el billar o la taberna, casi siempre habrá licor…

¿Piensas que estoy equivocado?

Entre otros efectos causados por la ingesta de alcohol, se advierten un estado de desinhibición y el elevado nivel de excitación y osadía, además, pueden producirse cambios drásticos en la personalidad de los individuos, muy notorios durante su consumo y, de manera desapercibida al largo plazo.

Cambia tu estado de ánimo y la respuesta ante tus relaciones interpersonales, la motivación y tu deseo de trabajar, tus sentimientos, costumbres e intenciones morales, tu sentido de responsabilidad y tus paradigmas, etcétera. «En algún momento se quebrantan tu voluntad y tus principios, y comienza la degradación personal».

No es extraño para ninguno de nosotros, haber vivido malas experiencias y conocer de comportamientos anómalos de otras personas en estado de embriaguez o tocados por el alcohol. El tímido se vuelve extrovertido, el cobarde se vuelve guapo, el pobre se cree rico, el acomplejado se siente grande, el feo se cree hermoso, la santa se prostituye, el bruto se convierte en intelectual…

La verdad es que sí se producen cambios drásticos en la personalidad, pero esto no es más que el efecto temporal causado por la intoxicación que afecta al sistema nervioso, ocasionando ese descontrol de la estructura interior humana, manifestándose primordialmente sobre la consciencia de las personas, dejándolos a merced de sus pasiones y sentimientos.

La mayor causa de problemas y desgracias que afectan a la sociedad son motivadas por flagelos como la drogadicción y el alcoholismo. Las estadísticas por muertes violentas son muy altas. El motivo principal de riñas y venganzas, atracos y situaciones brutales es el alcohol. Los accidentes de tránsito por culpa de conductores ebrios son muchos y frecuentes. El suicidio también ocupa un lugar importante por causa muchas veces― del tóxico elíxir.

Por otra parte, uno de los motivos del alto índice de pobreza es el gasto irresponsable ―en licor y otros vicios― del dinero que debería ser destinado para las necesidades del hogar.  Esto afecta a las familias, la industria, el comercio y todos los gremios. Los elementos productivos (las personas) malgastan los recursos económicos en su adicción, descuidan sus compromisos y actúan como elementos inconstantes e ineficientes en su trabajo, generándose así incumplimiento e irresponsabilidad, conductas negativas, problemas de salud, disminución de la calidad laboral, conflictos morales y sentimentales.

«Consecuentemente, en ausencia de recursos económicos, el nivel de la educación empeora». En los sectores más bajos de la sociedad las personas no tienen dinero para pagar los servicios educativos, porque irónicamente gran parte de su dinero se desvía en dirección hacia el placer y la diversión.  Y en el polo opuesto, en donde se ubica aquella sociedad privilegiada que cuenta con los recursos suficientes para satisfacer todas sus necesidades, los individuos se concentran en despilfarrar tiempo y dinero en actividades inútiles (que siempre incluyen bebidas alcohólicas como ingrediente principal), abandonando muchas veces sus responsabilidades productivas.

La salud es otro de los puntos álgidos; las cifras de muerte y enfermedad causadas por el alcohol son muy altas y van en aumento. Los efectos psicológicos negativos al corto y largo plazo son devastadores. El consumo habitual envuelve a las personas en un mundo irreal, alejándolos de sus planteamientos originales de vida.



Todo se transforma: las perspectivas, sentimientos, anhelos, necesidades, costumbres, voluntad y autoestima. «Es muy factible que la adicción pueda llevar al abandono familiar; a la prostitución, la drogadicción, la delincuencia, la ludopatía, la vagancia, e incluso al deseo de morir».

Es increíble que un ser tan privilegiado en la naturaleza, como lo es el ser humano, lleno de capacidad y entendimiento, no pueda detectar a tiempo el problema y actuar positivamente para cuidar de su integridad y bienestar. Se supone que somos inteligentes, que tenemos la capacidad de evolucionar y de encontrar soluciones ante las crisis.

No más por instinto, los animales, las plantas y todos los seres vivos rechazan lo que les afecta y se aferran a lo que les hace bien. Entonces, ¿por qué las personas no actuamos en concordancia con la verdad y la razón?

¿No es acaso una ley natural de la vida el protegerse?

¿No es la vida lo que más amamos?


 


 

miércoles, 20 de marzo de 2024

El protagonista del drama | Capítulo 7 - ¿Por qué quieres embriagarte? Novena entrega del libro

 

El protagonista del drama | Capítulo 7

Hablemos un poco de nuestro tema central, el alcohol. Desde el punto de vista científico puede catalogarse como una droga. Es un depresor del sistema nervioso central que produce efectos estimulantes e inhibitorios. Estas reacciones son relativas a la cantidad y a la capacidad de consumo de cada individuo, pero en general alteran parcial o definitivamente la conducta humana. Además, en circunstancias de intoxicación fuerte, puede conducir al estado de coma y consecuentemente a la muerte por depresión del sistema respiratorio.

Como síntomas generales de intoxicación podemos mencionar: alteración de los sentidos (especialmente visión y audición); disminución de la capacidad perceptiva; euforia, letargo, sueño, ansiedad, paranoia, depresión, confusión mental, desorientación; disminución de la coordinación física y mental; pérdida de la memoria y de la concentración; cambios de humor y de la emotividad, reducción en la capacidad autocrítica.

El consumo prolongado de alcohol crea dependencia física y psicológica, sus efectos pueden ser devastadores. Reduce la libido, anula las capacidades intelectuales, genera estados de irracionalidad y enfermedades mentales irreversibles. Incluso, puede llegar a producir el Síndrome de Korsakoff, que básicamente es un estado psicótico de alejamiento de la realidad.

En cuanto a efectos físicos y fisiológicos concretos: primordialmente se afecta el hígado, con posibilidad de desarrollar cirrosis hepática. Ataca el corazón y puede llegar a producir insuficiencia cardiaca. Afecta los músculos, el sistema digestivo, debilita el sistema inmunológico y favorece el origen y desarrollo de muchas enfermedades.

Ante semejante relación de consecuencias negativas que expongo, tal vez pienses que todo esto suena exagerado y dramático, llevado al extremo. En verdad, para entender su maligno poder, tenemos que ubicarnos en los límites de la etapa última de la adicción, después de atravesar un largo y tortuoso camino. —Ese que tomamos un día creyendo que nos llevaría a la felicidad—.

«Basta con que des el primer paso, solo tienes que estar cerca de él y te hará daño».

Por fortuna, no todos caemos al fondo. Algunos logran entenderlo a tiempo y abandonan el peligro, comprendiendo los riesgos y luchando por recuperar y disfrutar lo mejor de sus vidas. Muchos escuchan el llamado, entienden y aceptan la orientación que otros queremos aportar.

Quiero plantearlo de una manera muy simple: si yo nunca hubiese tenido las prematuras experiencias que tuve con el licor, en donde veía a mis padres, familiares y otros adultos consumiéndolo y disfrutándolo. Si nunca hubiese tomado algunos tragos para probarlo y experimentar. Si no hubiese contado con esa gran complicidad cultural, social y familiar; entonces, tal vez el alcohol nunca hubiera sido parte de mi vida. Lo rechazaría y me alejaría de él; le temería como si fuese veneno, como le temo a un desastre natural o a las fieras salvajes, a todo aquello que amenaza con destrucción y muerte. Lo ignoraría concibiéndolo como a un enemigo que nunca podría tocarme mientras no me acercase a él.

Veámoslo de otra manera: si hoy en día soy una persona cuyas costumbres y comportamientos no incluyen comer carne humana, cometer actos de terrorismo, ser un degenerado sexual, rendir culto a fetiches del mal, etcétera; es porque jamás estuve cerca de eso, nadie me lo enseñó ni me insinuó hacerlo. Nunca se me presentó la oportunidad de conocer de cerca estas conductas ni se me preparó para seguirlas o imitarlas, tampoco debí compartirlas con nadie como si fuesen aceptables; por eso ni siquiera las consideré. Incluso, ignoré que existían durante mucho tiempo. Pero además luego supe que eran negativas. Jamás estuvieron incluidas en mi menú o en mis alternativas de vida —gracias a que mis padres y la sociedad que me rodeó así lo quisieron—.

¿Lo comprendes? ¿Crees que puedes aceptar y validar lo que nunca has contemplado hacer en tu vida? Algo que es objeto de miedo, repudio y menosprecio por parte de tu familia y de la sociedad. Aquello que te enseñan a ignorar, a rechazar e incluso hasta a odiar desde que tienes uso de razón. Todo bajo argumentos reales, con amor y responsabilidad, haciéndote saber que eso te afecta, que te hace daño, te destruye, te deprime, te aleja de los demás, te resta habilidades, te roba tiempo y vida.

¿Lo aceptarías? ¿Transmitirías el mismo mensaje a tus hijos?

Espero que entiendas que mi posición de rechazo absoluto con respecto al alcohol es radical e inamovible. Puede parecer cursi o muy conservadora, más aún, viniendo de una persona que lo consumió en exageración durante treinta y cinco años o más, alguien que compartió casi toda su vida con esa adicción.

Como antes lo mencionaba, todas y cada una de mis actividades y mis pensamientos tenían relación con el licor. Cuando llegas a ese punto, te parece que el preciado líquido es tan indispensable como el agua, se te hace necesario a toda hora, se convierte en el complemento de tu existencia. No puedes concebir tu vida en otro plano diferente al que has trazado minuciosamente en la compañía del agraciado veneno. ―Debo seguir con las exageraciones tratando de sintetizar en palabras el dolor y la tragedia que han tocado a la humanidad como consecuencia de este flagelo―.

De manera recurrente escucharás noticias negativas y trágicas sobre la vida de las personas, relacionadas con el consumo del alcohol. Se percibirá entre tus seres queridos, aunque traten de ocultarlo, el temor y la desconfianza por tu salud y por tu integridad cuando estás ligado de alguna manera a la bebida. Siempre criticaremos y juzgaremos a los demás por acciones y circunstancias que terminan de forma negativa, también asociadas al elíxir embriagante.

Ocasionalmente, si somos consumidores, intentaremos reducirlo o abandonarlo por completo, motivados por las experiencias negativas vividas en carne propia, o por las que nos reflejan los casos de otros individuos.

«Algunas personas se jactan de su capacidad de control y el manejo pulcro de sus conductas en relación con la bebida, pero de manera implacable e inevitable en algún momento se han de manifestar las nefastas consecuencias para todos».

¿No te parece increíble que hagas algo teniendo conocimiento de que te hace daño?

¿No crees que sea una debilidad personal el hecho de que no puedas controlar la ansiedad por la bebida?

¿No es acaso un abuso del libre albedrío continuar por un camino con la certeza de que es el equivocado?

¿Te has preguntado por qué justificas una conducta que en el fondo sabes que te destruye paulatinamente?

«Perdóname si te hago estos cuestionamientos, lo importante es que en la intimidad de tu ser puedas dar respuesta a ellos y entenderlos».


viernes, 16 de febrero de 2024

Construyendo una personalidad | Capítulo 6 - ¿Por qué quieres embriagarte? Octava entrega del libro

¿Porqué quieres embriagarte?

Construyendo una personalidad

Capítulo VI

Recuerdo que cuando tenía catorce años, mis amigos y yo bebíamos como si fuésemos adultos. ¡¡Ah, éramos los mejores!! No olvidaré lo famoso que fui en mi barrio (y que debo ser aún entre quienes sobreviven y me recuerdan) por mi gran talento para beber. Cómo olvidar el día en el que gané una apuesta por beberme una botella de aguardiente en una sola toma, sin hacer ninguna pausa. Fui reconocido con muchos méritos por mi grupo social. Claro que, a los quince minutos no podía caminar y vomitaba sin parar. Gracias al licor no solo obtuve el título de buen bebedor, también fui reconocido por mi valor y arrojo para las peleas callejeras, conquista de mujeres, hazañas peligrosas y otras tantas estupideces como la de abandonar el colegio.

 Casi podría decirse que, a los catorce años, gracias a esa rápida y enloquecida carrera por el mundo del alcoholismo, yo era un superhombre —por lo menos eso era lo que me creía—. Para entonces, podría catalogarme como un profesional en el arte de beber, mejor dicho, un vicioso, un alcohólico joven.

Día a día se fortalecía mi ego, era un hombre guapo, rebelde, conquistador y buena vida. Aumentaba mi tolerancia a los efectos del alcohol; me involucraba en cosas peligrosas, nocivas para mí, para mi familia y la sociedad. Fundamentaba mi posición social como el individuo que pretendía ser, pero que en realidad estaba muy distante de mi verdadera esencia. Construía mi vida de manera equívoca. Toda esa aparente fortaleza se constituía en una fachada que escondía el debilitamiento de las bases de mi construcción humana. —Mi esencia era otra, debería haber tomado otro camino—.

Doy gracias a Dios, a mis padres y a mis maestros, porque su labor fue tan buena que, a pesar de actuar ciego ante la realidad, lleno de vanidad y sumido en la equivocación, aprendí de ellos, reconocí y fragüé mis principios, adquirí valores y mantuve vivo ese ser que realmente soy. El camino que tomé estaba desviado de mi horizonte. —No sabes cuánto daño me hice y causé a mi familia—.

Es por eso que lo más importante en la vida de un ser humano es que reconozca y afiance los buenos principios, estos se adquieren y se establecen desde la cuna (el hogar) y se convierten en los únicos —y fundamentales— recursos de recuperación y fortalecimiento moral y psicológico con los que puedas contar.

Así mismo, muchas fallas harán parte de ti si cultivas los errores desde pequeño. Lo negativo que recibes a partir de la primera infancia: sentimientos perniciosos, motivaciones erróneas, maltrato y humillaciones, desprecio, etcétera, te marcará por siempre y estará latente durante tu existencia.

Como todos los seres vivos, las personas somos receptores naturales y gozamos de una aptitud extraordinaria de poder asimilar lo que llega a nuestro universo interior. Desde que tenemos el primer aliento de vida podemos percibir estímulos a través de los sentidos. A partir del nacimiento, y hasta los seis años aproximadamente, se construye el camino del intelecto, se desarrolla y madura la estructura cerebral. «Este proceso se llama sinapsis, que consiste en uniones múltiples de dos o más neuronas formando circuitos, activadas por impulsos eléctricos originados por los estímulos exteriores». Como si trazásemos las rutas de lo que será el pensamiento y las futuras habilidades mentales.

Durante esa etapa vamos adquiriendo suficiencia psicológica que nos permite interactuar con el medio que nos rodea. Sobre esa fase de crecimiento y desarrollo estamos facultados para experimentar, asimilar y clasificar lo que nos gusta y nos hace bien.  Se fundamentan pensamientos, acciones y respuestas: como las costumbres alimenticias, hábitos de sueño y de actividad, capacidad intelectual y física, límites sensoriales y extrasensoriales, parámetros de socialización, comportamientos afectivos, conductas, etcétera.

Son innumerables los estímulos que llegan a nosotros. Podríamos pensar que cada elemento material, racional y emocional que toca nuestras vidas significa una propuesta que ha de ser aceptada o rechazada. Tarde o temprano se integrarán a nuestra existencia. Por ejemplo:

Los alimentos que consumimos fortalecen nuestro cuerpo y contribuyen al desarrollo físico y psicológico.

Los aportes académicos y culturales son factores que nos enriquecen y fortalecen individual y socialmente.

La experiencia nos entrega enseñanzas reales que nos sirven para trazar un mapa con los caminos ya recorridos.

Las situaciones emocionales nos guían en la creación de una vida sentimental, y nos ayudan a socializar.

Día a día absorbemos estímulos y respondemos a ellos mientras elaboramos nuestra construcción humana, por eso se hace necesario entender cuán importante debe ser la calidad de estos mismos; podrán afectarnos negativamente o enriquecernos. Todo dependerá de lo buenos o malos que sean y de la continuidad con la que lleguen a nosotros. Pero, ¿qué es bueno y que es malo?

Los conceptos son múltiples y relativos; nada es igual para todos. El aprendizaje y la experiencia, basados en las técnicas y en el tiempo, conducen al análisis general de los factores que son positivos o negativos para la especie humana. La ciencia, por ejemplo, se constituye en una herramienta lógica y real de gran ayuda que nos aporta conocimientos útiles para la supervivencia y el desarrollo. Nos facilita, a través de la investigación y la experimentación, el entendimiento acerca de nuestra condición e interacción con el universo.

Por otra parte, si hablásemos de la alimentación, por ejemplo: gracias al estudio, análisis y conclusiones realizados por personas idóneas, sabemos cuáles alimentos y en qué cantidades podemos consumir, sus efectos positivos y negativos al corto y largo plazo, la forma en la que debemos hacerlo para aprovechar todas sus cualidades nutritivas, etcétera.

Otro ejemplo, sería resaltar cómo a partir de pruebas y experiencias de diferentes niveles; estadísticas de competencias deportivas y diagnósticos soportados en la tecnología, podemos conocer los límites físicos, psicológicos y fisiológicos humanos.

También, de alguna manera, facultades cognitivas como la intuición nos ayudan a reconocer la diferencia entre peligro y seguridad. En cuanto al equilibrio y a la tranquilidad emocional, al bienestar y a la convivencia social, todo eso lo tomamos del conjunto de todos los individuos (la interacción social). Aprendemos del dolor, de las satisfacciones, del éxito y del fracaso, de la aceptación y la censura, etcétera.

En fin, por estos y otros tantos factores tenemos la habilidad de hacer una valoración individual o general sobre muchos aspectos de la vida humana para catalogarlos como buenos o malos.

Es gracias a nuestra inteligencia y a la sensibilidad emocional que podemos elaborar un plan de vida que incluye o excluye estos elementos en busca de un desarrollo óptimo. Entonces preguntémonos:

¿Por qué hacemos cosas que nos afectan?

¿Por qué enfrentamos el peligro arriesgándonos más allá del límite?

¿Por qué buscamos y aceptamos factores que nos destruyen?

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sábado, 10 de febrero de 2024

La metamorfosis / Capítulo 5 - ¿Por qué quieres embriagarte? Séptima entrega del libro

La metamorfosis

En la medida en la que crecemos, tomamos las riendas de nuestras vidas y elegimos un rumbo que nos afectará de manera positiva o negativa. En mi caso, viniendo de una familia tradicional y de orden patriarcal, desarrollé mi personalidad de hombre machista, obediente a los preceptos de mi padre y a las reglas sociales, pero independiente y fuerte como individuo.

Ese proceso se desarrolla desde los primeros años de la vida hasta la etapa de la adolescencia en dos ambientes: el hogar y el colegio. Es ahí, entre esos dos espacios, en donde aprendemos a amar y a ser amados; fundamentamos y forjamos nuestros principios, adquirimos sabiduría y fortaleza, desarrollamos aptitudes y cultivamos valores y virtudes morales.

Sin embargo, nuestra personalidad será diferente en el hogar y en el colegio. Surgirá un constante y aterrador duelo moral entre la total aceptación de la estructura de vida que plantean tus padres (con todas sus condiciones) y lo que tú experimentas y deseas. Aprendes muchas cosas de las personas de tu edad; ellas tienen miles de inquietudes similares a las tuyas, son portadoras de información novedosa y gratificante (a veces), te influyen, te sugestionan.

Por otra parte, los maestros, quienes con esfuerzo y dedicación luchan por encaminarte hacia lo positivo, intentan prepararte de la mejor manera para vivir en sociedad, viéndote como a un semejante humano. En su espacio no brillan los lazos afectivos; lo que algunos te ofrecen es consideración e instinto protector y, en muchos casos, indiferencia.

Cuando los maestros te instruyen sobre lo que puede afectarte (drogadicción, libertinaje y promiscuidad sexual, conductas delictivas, alcoholismo, etcétera), enfocan los problemas desde el punto de vista legal y funcional. Te señalan, con base en su conocimiento, el camino a seguir y te indican de manera restrictiva lo que no deberías hacer, pero no te ayudan a entenderlo y creer en ello. Mientras tanto, sigues siendo bombardeado por experiencias y estímulos contundentes que aporta tu ambiente social.

Durante la época escolar debes superar muchas situaciones: quieres aprender, desarrollar destrezas y probarte. Reconoces tus derechos y luchas por ellos, posicionándote socialmente. La búsqueda de reconocimiento es continua. Tienes que hacer uso de todas las herramientas posibles para competir y superar las exigencias que se te presentan. Pero, en ese afán y bajo tanta presión, puedes cometer graves errores tomando caminos equivocados como el de las drogas o el alcohol.

 

Cuando consumes licor en tus primeros años de vida, llámese niñez, pubertad o adolescencia, es muy factible que esa conducta equívoca y peligrosa se convierta en un factor de popularidad y te consideren célebre dentro de una sociedad sin rumbo. Parece que alcanzas un gran liderazgo, puedes ser fuente de inspiración y ejemplo para otros. Te destacas por tu valentía, rebeldía e independencia.

Tu comportamiento desinhibido puede ayudarte a obtener muchas conquistas en todos los aspectos. Mejor aún será, si al mismo tiempo cumples a cabalidad con tus responsabilidades, entonces consigues fama, aprobación y jerarquía en ese inmerso y aislado escondite que construyes.

Aunque parezca exagerado decirlo de esta manera: así como tus amigos u otras personas podrían reconocerte por ser un gran deportista o un excelente estudiante, un buen ser humano, emprendedor, guerrero, conquistador, etcétera; si eres un buen tomador de trago serás admirado y respetado, alcanzarás la imagen que deseas proyectar entre aquellos que eliges, y eso te hará sentir en una posición satisfactoria.

Por ejemplo, cuando yo tenía diez años de edad vivía con mi familia en la ciudad de Medellín y estudiaba en el colegio Ferrini, una institución de clase media alta dirigida por sacerdotes jesuitas. El nivel académico y moral del colegio era muy exigente, y el rechazo hacia el consumo de alcohol y sustancias tóxicas era una prioridad por parte de educadores y personal administrativo. Sin embargo, a escondidas, algunos de mis compañeros de clase y yo fumábamos cigarrillo y nos tomábamos unos vinos en los tejados y recovecos del colegio. Nos ausentábamos de las clases y desperdiciábamos el tiempo. Reinaba una sensación de rebeldía e independencia, no cualquiera se atrevía a hacer lo que nosotros hacíamos. Decidíamos y actuábamos por nuestra propia cuenta y eso nos hacía grandes íntima y socialmente.

Eso me hace pensar que además de contar con la familia y una estabilidad socioeconómica, además de recibir atención y educación, los seres humanos necesitamos un respaldo constante con base en el amor, y buenas orientaciones para cultivar y afianzar pensamientos positivos. Necesitamos blindarnos contra factores externos que puedan afectarnos radicalmente, o por lo menos debilitarnos, y que además puedan convertirse en obstáculos perversos para la vida.

Siempre ha estado ahí y estará la influencia social; individuos que te ofrecen consciente o inconscientemente diferentes caminos a seguir. Nadie te fuerza, nadie te obliga a hacer lo que no quieres, simplemente el medio que te rodea te presenta diferentes alternativas y tú eliges las que deseas.

Lo que te conduce al error es el desconocimiento de lo que te afecta o no. Todos aceptamos conformes como única maestra a la experiencia. Pero no a la experiencia analizada y transmitida por otros (sobre todo por nuestros padres) que en su sabiduría se esfuerzan por dárnosla a conocer de manera oportuna, sino la experiencia vivida en carne propia, aquella que va acompañada por el dolor y la frustración. Teniendo que pasar por ciclos que interrumpen la vida en la degradación, con gran dificultad para continuar, y que en muchas ocasiones la terminan prematuramente.

Ignoramos o rechazamos lo que vaya en dirección opuesta a nuestras creencias y pensamientos; es bastante difícil abrir espacios de aceptación, análisis y comprensión a conceptos diferentes a los nuestros. Defendemos todo lo que somos y lo que pensamos sin darnos la oportunidad de corregir nuestros más graves errores, lo que tal vez nos ayudaría (si lo aceptásemos) a evitar consecuencias nefastas encausadas por apreciaciones y enseñanzas equívocas. «Los errores se arraigan de manera progresiva y peligrosa, haciéndose invisibles ante la consciencia».

Analicémoslo de manera cruda y sencilla con este ejemplo: si a la edad de diez años yo había consumido licor en muchas oportunidades y había probado el cigarrillo, seguramente que, a pesar de mi condición de inmadurez, me sentía capaz de tomar decisiones con respecto a estos actos. Enfrentaba mis temores sin entender las posibles y nefastas consecuencias, adentrándome en la oscuridad de la rebeldía y minando progresivamente mi voluntad.

Lo que tal vez no sucedería con aquel niño que, a la misma edad, nunca hubiese tenido contacto directo o indirecto con el alcohol y el tabaco. Un niño que pudiese aceptar y entender, dentro de un proceso de educación ligado al amor y a la solidaridad humana, que estas cosas no deberían nunca formar parte de su vida, que no son necesarias, que no aportan nada positivo, que son perjudiciales y que han de ser rechazadas.

Infortunadamente, en mi caso el camino estaba tomado, era difícil entender e imaginar la realidad de un problema futuro. En ese punto, apenas iniciando, ya no era receptivo a sermones ni consejos, ni mucho menos podían afectarme el castigo, la restricción o el descrédito, porque (por el contrario) estos elementos acentuaban el problema.

A pesar del discreto o nulo conocimiento que tenía sobre los efectos negativos del alcohol y, de que era algo prohibido para un niño, buscaba disfrutar de sus estímulos constantemente. Me hacía fuerte y me sentía independiente, creía que tenía todo el derecho de hacerlo y que además podía decidir y afrontar las consecuencias de mis actos, lo que cada vez me endurecía más y me acercaba al abismo del error.

Siempre estarán presentes las contradicciones y la confusión respecto a lo que piensan tus padres, maestros y adultos en general. Si ellos saben que consumes licor a la edad de diez, doce o catorce años, se van a sorprender, te van a reprochar lo que haces e incluso ―si está en sus manos― van a juzgarte y a castigarte.

¿Cómo es que un niño hace esas cosas propias de los adultos?

¿Acaso no existe la más mínima autoridad por parte de sus padres?

¿No ha recibido una buena orientación?

«Escandalosos interrogantes que podrían plantearse ante situaciones evidentes de consumo de licor por parte de niños y adolescentes sin la supervisión o el consentimiento de su familia, o en reuniones clandestinas con personas de su misma edad. Aunque sería peor si lo hiciesen en compañía de individuos mayores ajenos a la familia, entonces, saltaría a la vista quiénes son los culpables de inducirlos a esas acciones».

La actitud primaria de los adultos es de reproche y de un supuesto desconocimiento acerca del porqué y dónde se origina este comportamiento, pero cíclicamente se repite el error de aceptar y motivar que el niño y el joven puedan consumir licor, siempre y cuando el escenario sea generado por los círculos familiares y sociales cercanos.

«Vamos a compartir unos vinos o a tomar una copa de champán. Vamos a tomar unos tragos, a bailar y a divertirnos sanamente…».

Las justificaciones: el cumpleaños de mamá o papá; la primera comunión de mi hermanita; el grado de mi hermano; las fiestas decembrinas, el paseo de olla, el velorio de la tía Juana, etcétera. El mensaje sería: no bebas con tus amigos, el licor te hace daño, qué dirán de ti y de tu familia, te expones a muchos peligros y a las malas influencias. Pero mientras lo hagas en casa y con nosotros o con aquellas personas a quienes toleramos, no hay ningún problema; solo disfruta, diviértete y no pierdas el control.

Recuerdo tantas ocasiones en las que tomé licor en mi casa que no podría contarlas. Siempre estuvo presente en todas las celebraciones, cada uno de los asistentes bebía poco o mucho, pero lo hacía; Ha sido una constante durante toda la vida en familia y aun después de que cada uno tomó su rumbo, no podía faltar el delicioso licor en posteriores reuniones.

¿Acaso no te suena familiar?

¿Recuerdas los momentos felices que compartiste con tus seres queridos disfrutando de unos pocos y bien administrados tragos?

¿Alguna vez te pasaste de copas?

¿Recuerdas lo gracioso que se veía algún miembro de tu familia bajo el efecto del licor?

¿Recuerdas el día en el que, gracias al licor, te desinhibiste y le diste un beso a esa persona que tanto deseabas?

¿¡Sí, lo recuerdas!?

Son muchas las situaciones que podríamos rememorar en relación con el alcohol, la familia y nuestras emociones.

«Amigo lector, si piensas que estoy equivocado, si nunca viviste ninguna de estas situaciones, por favor discúlpame y déjame felicitarte al igual que a tu familia. Son casos excepcionales y maravillosos aquellos en los que la responsabilidad, la inteligencia y la cordura se han impuesto ante las tradiciones y las costumbres erradas de muchas sociedades que, sin querer, actuando con amor y buena fe, han hecho daño a sus seres amados heredando a ellos sus errores».

¡La idea es muy clara! Debo reiterar que el primer roce con el alcohol que pudiésemos tener es precisamente dentro del seno familiar. Hemos de recordar algunas experiencias con nuestros padres, hermanos, tíos o parientes cercanos, consumiendo licor dentro de ambientes agradables y llenos de amor, lo cual no conduce ni a la crítica ni al rechazo, sino a la total aceptación y complacencia. Indudablemente, la oportunidad de participar de esos oasis llenos de alegría, afecto y licor, compartiendo bellos y deliciosos momentos con nuestros seres amados, hace que se fortalezcan las ataduras y se mantengan vivos por siempre esos hermosos recuerdos.

El hogar es solo un punto de partida, la calle y el mundo exterior se convierten en otra alternativa importante en la construcción de tu vida. Tú seleccionas un grupo social, eliges los lugares que te gustan y las actividades que quieres realizar, planteas tus deseos y tus metas. Sin embargo, así como la sociedad de la que te rodeas te influye, la más poderosa y arraigada influencia vendrá contigo desde el hogar. Por eso es de vital importancia, dentro del seno familiar y a tiempo, el manejo de la estimulación, el aprendizaje y la motivación. La correcta información, la fundamentación de principios y la promoción de valores humanos.

Si a partir de mi primera infancia me hubieran motivado de manera apropiada para aprender latín, artes marciales, pintura al óleo, baloncesto, medicina, etcétera, estoy seguro de que al día de hoy sería bueno en cualquiera de estas actividades o en todas ellas, y que progresivamente estaría mejorando.

Podría citar otro ejemplo en cuanto a la religión: si en lugar de haber sido educado bajo los principios de la religión católica, hubiese recibido una orientación diferente, llámese cristianismo radical, judaísmo, budismo, etcétera, entonces esa sería hoy mi tendencia y trataría de transmitírsela a mis hijos.

Sin embargo, aunque recibí una excelente formación familiar enfocada hacia los valores humanos, fui objeto de mucho amor, disfruté de bastantes privilegios, tuve la oportunidad de prepararme académicamente, conocí buenas personas y lugares en compañía de mi familia; también tuve la desgracia de conocer el alcohol dentro de mi hogar. Por eso lo relaciono con momentos agradables de mi vida y con mi familia, con mi infancia y mi adolescencia; por eso hace parte integral de mi crecimiento y está vivo en mis recuerdos.

Estuvo presente en casi todas las etapas de mi existencia y en múltiples circunstancias. Me dejó algunas satisfacciones y me causó innumerables problemas. Siempre me acompañó, estuvo a mi lado hasta hace muy poco tiempo. Y puedo contarte que es bastante difícil desprenderse de él, porque ese sí que es un amigo fiel. —No pararía nunca de contar las anécdotas vividas con ese gran compañero—.

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miércoles, 20 de diciembre de 2023

Padres preocupados / Capítulo 4 - ¿Por qué quieres embriagarte? Sexta entrega del libro

Imagen tomada de la página web BBC News mundo https://www.bbc.com/mundo/articles/cw48kqzlzqko

¿Porqué quieres embriagarte?

Padres preocupados | Capítulo IV

Sin duda alguna, los padres siempre queremos lo mejor para nuestros hijos y realizamos grandes esfuerzos intentando darles lo que necesitan. La meta es apoyarlos, educarlos y prepararlos para que en el futuro sean independientes y exitosos.

Desbordamos mucho amor sobre ellos. Les enseñamos todo lo que hemos aprendido, tratamos de evitar que repitan los errores que nosotros cometimos, les transmitimos principios morales, fomentamos en ellos los valores humanos y esas supuestas virtudes de las que nos sentimos orgullosos. Además, tratamos de protegerlos de cualquier cosa que pueda hacerles daño.

Siempre estamos agobiándolos con recomendaciones triviales y pasajeras, pero no entendemos por qué ellos incurren en errores.

Recuerdo algo de lo que nos decían padres y educadores, refiriéndose a sus enseñanzas y al resultado de las mismas: «Por un oído le entra y por el otro le sale». Pues tenían toda la razón: sus métodos drásticos y represivos lograban algunos resultados positivos inmediatos como respuesta natural a la presión, pero sus enseñanzas no eran bien asimiladas ni lograban convertirse en elementos completos de formación.

 

Imagen tomada de la página web Psicología y Mente https://psicologiaymente.com/desarrollo/claves-relacion-sana-padres-hijos-adolescentes

En un proceso de aprendizaje no basta la información, es necesario el entendimiento y la aceptación de la misma. Debe integrarse el conocimiento a la estructura psicológica y moral del individuo. Para asimilar la enseñanza hay que entenderla, aceptarla y ligarla al universo íntimo, de lo contrario, no será más que información fugaz.

Así pues, dentro del marco de esa educación y del pensamiento de antaño, muchos de los temas relevantes se consideraban intocables, incuestionables, tabú. Solo primaba la sabia opinión de los padres y su experiencia. Sus consejos ―a manera de leyes― debían ser escuchados y obedecidos sin importar si se estaba de acuerdo o no. Y aunque justos y razonables, muchos de ellos, pretendían equívocamente convertir a las generaciones venideras en fieles copias de su forma de vida.

Actuaban sin reflexionar sobre sus posibles errores y sin aceptar la continua evolución generacional, la misma a la que si le hubiesen abierto un espacio de comprensión, quizás habría afectado de manera positiva sus vidas, las de su prole y las de la sociedad en general.

Sin duda, muchos de esos consejos fueron y serán valiosos. Mencionemos algunos ejemplos:

«Trabaja fuerte e incansablemente, demostrando siempre dignidad y honradez. No robes, porque eso jamás te lo perdonaría».

Este concepto lo reforzaba la iglesia católica con uno de sus diez mandamientos. Pienso que es algo positivo. De esta forma nos enseñaban el valor de la honradez y el respeto por los bienes ajenos. Se reconocían y fortalecían el honor y la dignidad humana con base en el trabajo (virtud que enaltece al hombre).

«Ten relaciones sexuales sanas con sujetos del sexo opuesto y ojalá comprometido en la convivencia de pareja».

Estoy muy de acuerdo. Las relaciones heterosexuales son saludables y positivas para el individuo y la sociedad. La promiscuidad y el libertinaje siempre han generado problemas y situaciones peligrosas que afectan la vida de personas y familias.

Pero nunca fueron suficientes esos tibios y restrictivos consejos, pues parecían ignorar la vulnerabilidad psicológica de los individuos por causa de su inexperiencia. Basta con observar el resultado de las relaciones fracasadas de pareja en épocas de adolescencia y juventud, para detectar la ausencia de formación y madurez.

Imagen tomada de la página web El Planteo

https://elplanteo.com/marihuana-legal-tabaco-estudio/

 

«No fumes cigarrillo, es muy dañino». Parece simple, pero es trascendental en cuanto a la salud personal y grupal. Esa importante advertencia necesitaría ser reforzada con más información y acciones. Con argumentos y análisis sobre sus efectos tóxicos, su gran poder aditivo, causas y consecuencias personales y sociales del consumo.

«No fumes marihuana, sabes lo despreciables que son los marihuaneros». Ese parece ser el único punto que la gente ataca cuando se toca el tema, destacando el qué dirán, lo vergonzoso, lo prohibido. Pero omiten (tal vez por ignorancia) las consecuencias negativas que puede generar la adicción a la yerba, relacionadas con la vida productiva de quienes la consumen, con los posibles daños morales y psicológicos, con la degradación personal y social, con los efectos nocivos para su salud, etcétera.

Es necesario también hacer referencia a un tema muy preocupante en la actualidad: el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA). Es una grave amenaza para la humanidad y no se le concede la importancia que se merece. Al respecto, algunos padres apenas se limitan a recordar a sus hijos el uso del preservativo (o condón) como la única y más eficaz forma de prevención. Con ese tibio consejo creen hacer lo suficiente para evitar que resulten afectados. Confían en que la comunidad, utilizando los medios de información y a través de fugaces campañas preventivas, logrará evitar el contagio masivo de la enfermedad.

Pero no es suficiente informar y crear temor; las personas se olvidan, la juventud es rebelde y osada. Sí, la prevención es el único y mejor camino, pero se trata de un problema de consciencia, de responsabilidad y autovaloración. Para cuidarse hay que estar convencido de lo peligroso que es el virus, de su fácil transmisión y de los métodos preventivos que funcionan. Es ahí en donde deberíamos hacernos siempre presentes los padres para educar, convencer, sembrar ideas y conceptos convenientes.

No se necesita ser ilustrado ni sabio si se quiere orientar de manera positiva a los hijos. Muchos temas deberían ser tratados con ellos en busca de entendimiento, prevención y soluciones.

Hagámonos ahora algunas preguntas sobre el alcohol:

¿Crees que se cuestiona el consumo del alcohol con el mismo énfasis que se hace hacia el cigarrillo y la marihuana?

¿Es rechazado socialmente el individuo que toma algunas copas?

¿Las personas disfrutan de las celebraciones sin incluir la bebida?

¿Es imprescindible el licor para poder alcanzar estados de alegría, relajación y felicidad?

¡Tabú! Nadie quiere adentrarse en ese tema para discutirlo, reflexionar sobre él y hacer conclusiones serias. Apenas sí se habla de permisividad, de horarios y límites respecto a su ingesta. Se diseñan actividades, modalidades y espacios para disfrutarlo. Así solo se favorece su consumo, se genera aceptación y tranquilidad individual y social.

¡Nadie quiere abordar la parte negativa! ¿Por qué? Porque la mayoría de las personas, sin importar su edad, cultura, raza, condiciones socioeconómicas, etcétera, estuvieron o están involucrados de una u otra manera con ese fenómeno. Nadie quiere cargar con el peso de la responsabilidad frente a las consecuencias. Los padres, por ejemplo, jamás van a aceptar que han transmitido un mensaje equívoco a sus vástagos. Sin embargo, desde su posición de líderes y protectores, generan consejos y normas que tal vez ayuden con el problema. Por ejemplo:

¡Si quieres tomar, debes aprender a hacerlo bien…!

¡Nunca abandones tus responsabilidades por andar tomando licor!

¡Puedes beber unas copas, pero recuerda que tienes actividades pendientes!

¡Trata de disfrutar los tragos sin problemas!

¡Disfruta de la bebida en buena compañía!

¡Procura no gastar mucho dinero en licor!

¡Toma de vez en cuando, no sea que te conviertas en un alcohólico!

Imagen tomada de la web de Semana.com                                 

https://www.semana.com/vida-moderna/articulo/beber-licor-delante-de-los-hijos/549770/

Estas y otras tantas recomendaciones paternas, sin duda, son una clara voz de aceptación al consumo de licor. Sin embargo, ya sea que nos ubiquemos en el tiempo hace setenta años o en el día de hoy, la tendencia común de la gente es la de catalogar el alcohol como perjudicial. «¡Claro!, dependiendo de las circunstancias en las que se consuma». —¿Cómo entenderlo entonces? —.

Es como si ignorásemos a propósito la verdad, como si fuésemos incapaces de decidir si está bien o está mal. Aceptamos el alcohol socialmente dentro de unos parámetros, pero en el fondo tenemos la certeza de que no trae nada positivo para nuestras vidas y de que —por el contrario— nos afecta de alguna manera. Tal vez lo percibimos apenas como un problema disciplinario, lejano al interior del ser.

Algo fácil de controlar en el momento en el que decidamos hacerlo.

Nos negamos a entender y a reconocer lo peligroso y nocivo que puede ser social e individualmente. Sabemos muy bien cuáles son los efectos fisiológicos y psicológicos que se producen durante y después de su consumo, pero nos negamos a rechazarlo radicalmente y a calificarlo como lo que es: un enemigo fuerte y peligroso que acecha; una avanzada hacia la derrota liderada por la conciencia del individuo, inmersa en el error; un camino hacia la degradación y al fracaso.

Prevalece el concepto generalizado entre familias, educadores y profesionales de la salud, de catalogar el alcohol como un factor negativo y perjudicial, algo que afecta a los seres humanos en todos los aspectos de la vida. Todos sabemos de sus efectos malignos, pero hacemos gala del cinismo y de la hipocresía, ignorando el peligro y dando rienda libre a la inconsciencia.

Infortunadamente, nuestros pensamientos están condicionados por las viejas costumbres y desde una perspectiva equívoca. Así llegamos a creer que la actitud más inteligente es la de consumir licor moderadamente y en ambientes sanos y tranquilos: dentro del círculo familiar, en compañía de la pareja o de amigos, en eventos de alta clase social, etcétera.

En fin, podemos encontrar bastantes justificaciones para tomar una o muchas copas de alcohol sin ser objeto de señalamientos, sin producir temor ni preocupación a otras personas y sin llegar a sentir la más mínima inquietud o culpabilidad por hacerlo. Creemos que está bien y que es aceptable.  ¡Lo justificamos, lo apoyamos y lo promovemos!

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