sábado, 12 de octubre de 2024

Haciendo daño a otras personas | Capítulo 10 - ¿Por qué quieres embriagarte? Duodécima entrega del libro

 


A pesar de ser un adolescente inútil, dependiente del hogar paterno, en muchas ocasiones tomé pésimas decisiones y adopté malas aptitudes en contra de mis padres. Los enfrenté, lastimé y abandoné de manera temporal. Por fortuna fueron acciones infantiles e intrascendentes que ellos supieron perdonar, de lo contrario, distanciado de mi familia, solo podría esperarme un futuro desgraciado de sufrimiento y desgaste moral, psicológico y físico. —De nuevo, se hacen presentes los principios y los valores morales para sostener una estructura tambaleante—.

El afecto y la educación nos ligan de manera radical a nuestros seres queridos y al ambiente que ellos nos proporcionan, de lo contrario pesarían más las circunstancias pasajeras o eventuales, alejándonos de la realidad y de nuestros objetivos de vida.

Puedo apostar que sin la ayuda del licor y sin estar contaminado por sus efectos, yo jamás hubiese actuado de modo tan inconsciente como lo hice en tantas ocasiones y en contra de las personas que más amaba. Por el contrario, habría reconocido mis errores con humildad y lucidez, buscando soluciones, trabajando en procura de mi redención.

Siendo aún estudiante de secundaria, en muchas ocasiones y a raíz de los problemas que se me presentaban con mis progenitores, abandoné temporalmente el colegio y el hogar. No tenía inconveniente en coger un morral, empacar mi ropa y aventurarme sin rumbo, partiendo sin recursos económicos y en malas compañías a destinos desconocidos.

Mis padres quedaban desconcertados; sumidos en la preocupación y en el sufrimiento, sin saber en qué lugar y en qué condiciones estaba su hijo. Seguramente, en muchas ocasiones se preguntaron sobre qué estaban haciendo mal, y no pudieron aclararlo. Hoy pienso que su único y grave error fue aceptar que yo consumiera alcohol, así fuese en pequeñas cantidades y en ocasiones especiales. La adicción es un fenómeno creciente y, casi siempre, incontrolable, que no discrimina a ninguna de sus víctimas.

Pretendo que entiendas que todo este sino trágico gira única y exclusivamente alrededor de ese grave error de permitir que prolifere en nuestros hogares el mal que representa el alcoholismo, causa innegable de dificultades, fatalidades, sinsabores y sufrimientos.

Durante mis últimos años de secundaria estudié en horario nocturno, si mal no recuerdo esa fue mi elección. Manipulé a mis viejos con respecto a esa decisión, supuestamente para aprovechar el tiempo libre durante el día. Intenté trabajar en varias ocasiones, pero no lo hice de manera constante y responsable.

Sin embargo, lograba conseguir recursos económicos de otras formas, los cuales no servían para nada productivo, pues todo lo malgastaba en la bebida y en mi vida bohemia. Esto afectaba mis actividades académicas, bebía casi todos los días antes de entrar a clases y, como es lógico, mi rendimiento no era el mejor. Además, adquirí en el colegio la desafortunada reputación de borracho, convirtiéndome en un verdadero problema para mis maestros.


Recuerdo que, en el año 1980, yo estaba cursando el grado 11 en horario nocturno. Como el ingreso a clases era a las seis de la tarde, algunos de mis amigos y yo nos reuníamos en una tienda cercana al colegio, tres o cuatro horas antes. Allí saboreábamos y disfrutábamos el elíxir embriagante. Nos sentíamos orgullosos, libres, guapos y osados. La costumbre hacía que fuésemos —por lo menos en mi caso— muy aguantadores para beber, y aparentemente podíamos manejar nuestra condición de ebriedad dentro del establecimiento educativo —eso era lo que pensábamos.

Cierto día, Toño, un compañero de clases, de esos sanos y bien educados (así les llamábamos a quienes no bebían con nosotros), tuvo el infortunio de encontrarse conmigo antes de entrar al colegio. Lo invité a compartir algunas copas, las cuales se extendieron a varias botellas, y cuando llegamos a clase estábamos borrachos.

En verdad, yo no tenía problemas, gracias a mi resistencia física y a mi capacidad para asimilar la bebida podía ingresar a clases sin que se me notara mucho, además, podría decirse que mis compañeros de curso y los profesores estaban acostumbrados a verme en ese estado. Pero, en cambio, mi amiguito Toño se vio envuelto en una borrachera poderosa que se manifestó con vómito, llanto y un comportamiento descontrolado, quedando en evidencia de su condición ante profesores, comunidad estudiantil y autoridades disciplinarias.



La noticia corrió por todo el colegio y Toño debió ser recogido y asistido por sus padres. «Nunca supe qué consecuencias tuvo esta situación en su hogar, pero lo que sí sé y que recuerdo con mucho dolor y arrepentimiento, es que Toño no volvió a clases. A consecuencia de ese incidente, él abandonó el colegio. Por supuesto, todos sabían quién lo había inducido a hacer lo que hizo». Creo que jamás podré olvidar y perdonarme esa situación. Ojalá que Toño algún día lea estas letras para que comprenda que mis intenciones no eran las de causarle daño, y que me perdone. Hoy en día estoy arrepentido por haberlo hecho.

Esto confirma mi tesis de que la sociedad misma a través de individuos o pequeños grupos se encarga de inducir o de presionar a otros a tomar caminos que tal vez ni siquiera deseen. No solo en el caso de adolescentes o jóvenes, también podemos ver como entre personas maduras, responsables y ocupadas, se pueden presentar casos en los cuales la presión social es tan fuerte que los lleva a quebrantar su voluntad y su disciplina, cayendo en tentaciones efímeras que finalmente solo acusan consecuencias negativas.

—Por fortuna, la madurez fortalece a los individuos para asimilar ciertas circunstancias, reflexionar y retomar la dirección correcta; si no fuese así, la degradación moral en los seres humanos pesaría más que la dignidad—.

Recuerdo también que durante mi educación secundaria tuve muchos altercados con mis profesores debido al estado de embriaguez. Mi comportamiento era atrevido y desordenado, muchas de mis acciones eran totalmente reprochables.

¿Acaso a ti o a alguien que conoces les sucedió algo parecido?

¿Sabes cómo actúa tu hijo en el colegio o en la universidad?

¿Sabes cómo transcurre su vida durante el tiempo en el que está fuera del hogar?

¿Conoces bien el ambiente en el que se desenvuelve?

«Una tienda, un billar, una taberna, un parque, una esquina cualquiera, etcétera, son lugares adecuados para establecer un punto de referencia social. Son preponderantes la falta de ocupación y de responsabilidades (el ocio) para que se incuben conductas negativas dentro de las pequeñas sociedades. Sin embargo, elementos como el alcohol y las drogas son los mayores detonantes de las conductas equívocas y reprochables, de malas costumbres y de ambientes destructivos».


Reflexionemos un poco acerca de la gran disposición (entre muchos de los miembros de la sociedad) a las actividades improductivas. Mejor no las llamemos así, hablemos de estar preferiblemente en disposición para las recreativas, por ejemplo, un concierto, una fiesta, un camping, un paseo, una reunión de viciosos, etcétera.

Al mismo tiempo, se manifiesta una posición de rechazo y pereza hacia las actividades útiles y productivas: labores académicas, acciones cívicas y comunitarias, trabajo remunerado, cursos y actividades culturales, etcétera.

Aunque este concepto parezca radical, nadie puede negar que los malos hábitos, dividen a las personas en bandos diferentes. Mientras unos viven felizmente comprometidos caminando por sendas tranquilas que exigen voluntad, disciplina y esfuerzo para construir un buen futuro, otros sortean duros obstáculos atravesando fantásticos e irreales caminos de felicidad pasajera desviando poco a poco —y tal vez sin darse cuenta— su destino.

¿Has imaginado alguna vez como sería la vida humana sin vicios, sin alcohol?

¿Crees que disminuirían las tragedias?

¿Crees que las personas serían más productivas?

¿Te sentirías más seguro?

«El alcohol es una herramienta de destrucción, es el elíxir dulce que te daña y te da placer, es una fuente inagotable de sentimientos y sensaciones que alimenta tu espíritu y al mismo tiempo lo destruye. Es como un suicidio programado a largo plazo, con la complacencia de quienes te rodean; es como el lastre que pesa, pero que no quieres soltar…»

El alcohol está muy relacionado con el dolor. Recuerdo ahora a mi padrino Javier y su triste destino. Él era un hombre serio, varonil, elegante, muy caballero y adinerado. Vivía con su esposa y su único hijo, Jaimito, mi amigo desde la niñez. Conformaban una familia de clase media —aparentemente normal— y vivían bien. Por desgracia llegó a su hogar el dolor a manos de su esposa, quien quebrantó los valores morales y el respeto con actos de infidelidad, por lo cual además no debo hacer juicios sin conocer las razones que la condujeron a dicho comportamiento, pero en todo caso, el daño moral y psicológico que esto causó en mi padrino fue contundente.

Él, que tradicionalmente era un consumidor de licor, envuelto en ese manto insuperable del dolor y de la humillación, ciego en su ira y sin recursos de lucidez y valentía para afrontar de otra manera su condición, se sumergió de lleno en el profundo mar del alcoholismo tratando de ahogar su pena. Se dedicó a beber y a beber. Pero para más desgracia en mis recuerdos, mi padre lo acompañó fraternalmente en ese tortuoso camino de angustia y melancolía. Fue tal el efecto de ese infernal sentimiento, que a través de mi padre se reflejó en nuestro hogar todo ese sufrimiento.

Bebían todos los días y a todas horas, tenían el tiempo y los recursos económicos para hacerlo. Aunque mi padre trabajaba, dedicaba muchas horas para acompañarlo. «Aún no puedo borrar de mi mente la imagen de Javier (mi padrino) con el cáliz en la mano, con esa mirada noble y triste, aferrado a ese vaso de licor como su única tabla de salvación».

Consumía desde que se levantaba hasta que se dormía en la noche. Javier era un hombre joven, en ese entonces tendría unos cuarenta y tres años; su resistencia física era admirable, pero también era lamentable ver como esa magnífica estructura humana se deterioraba soportando el dolor, rumiándose sus pensamientos, tratando de acelerar el final, el único final que deseaba: la muerte.

Hasta que su condición física no pudo soportarlo, su cuerpo fue invadido por una enfermedad llamada cirrosis, que ataca directamente al hígado, el cual literalmente arrojaba en pedazos, vomitando en agónico dolor durante sus últimos momentos.

No es grato recordar esta situación. Para mí, para mi padre, para su hijo, e incluso —creo que— para su mujer, fue trágico y lamentable este suceso oscuro lleno de infortunio y de ingredientes indeseables como la traición, la infidelidad, el desengaño, la frustración, la muerte y, por supuesto siempre presente, el desgraciado licor.

Afortunadamente, mi padre contaba con una gran resistencia física y psicológica, y superó la terrible prueba.  Pero, aunque quedó marcado para siempre, ni siquiera esa y otras innumerables experiencias negativas lo llevaron a considerar jamás abandonar la bebida, siempre fue parte integral de su vida.


Así mismo, recuerdo muchas otras tragedias (que no he de narrar ahora) en las que mis amigos del alma perdieron la vida en accidentes, peleas, enfrentamientos con la justicia, venganzas, o intoxicados y enfermos gracias al consumo del alcohol. Pero esto, en vez de llevarme a reflexionar, en lugar de atemorizarme y hacerme escarmentar, me fortalecía cada vez más para seguir adelante en mi loca carrera por los caminos del alcoholismo.

Todas esas experiencias se convertían en argumentos para fundamentar mi actitud. «Es increíble cómo se puede afectar la capacidad de juicio y de razonamiento cuando se está inmerso en un mundo absurdo y lleno de ficción». Tú no puedes aceptar el error, no entiendes las razones de nadie más, no le das la oportunidad a nadie de que te enseñe otras alternativas; lo único que reconoces es aquella dimensión en la que te ubican las circunstancias y tus experiencias, no te atreves a salir de ella por temor y porque esa es la que consideras tu única realidad.

Es una situación totalmente humana, tratas de sobrevivir en el medio que conoces y que (aparentemente) puedes manejar sin importar que tan malo y difícil sea. No te arriesgas a salir a la superficie ni a los espacios ajenos y desconocidos en donde te sientes frágil y vulnerable. Simplemente, anhelas superarte y fortalecerte allí en donde te has acostumbrado, en donde has sembrado y, en donde crees que puedes permanecer.