¿Por qué quieres embriagarte?
Capítulo 2 - En la dirección equivocada
Debo
aclarar al lector que no pretendo envilecer el nombre de mi padre contando esta
absurda anécdota. Me siento muy orgulloso de ser su hijo, de nuestra casta, de
mi apellido; privilegiado de los principios y valores que con amor y energía
nos transmitió a todos sus vástagos.
Solo trato de
ubicar el contexto del pensamiento generacional en aquellos días. Lo que muchos
de nosotros vemos hoy como un gran error, no significa que para los hombres de
esa época y de las anteriores generaciones lo fuera.
Ellos no
consideraban que esas acciones ocasionales de flexibilidad y tolerancia con
respecto al consumo de alcohol fuesen un grave error. Tal vez lo concebían como
una minúscula inducción para preparar a sus hijos varones hacia el futuro,
convencidos de su buena actuación.
Ellos también
fueron objeto de una educación machista y totalitaria, colmada de errores.
Antaño, los varones imponían sus conceptos a la familia e intentaban hacerlo
con la sociedad, sin importar cuan desacertados estuviesen y sin aceptar
réplicas. Por eso pido al lector que no haga juicios drásticos y equívocos a
este gran señor —mi padre— que pongo como ejemplo frente al tema que quiero
descubrir.
Siendo él un
hombre virtuoso, con una educación aceptable y gozando de todas sus capacidades
intelectuales, actuaba ciego ante la realidad. Incurso en el error por causa de
la información transmitida genética y culturalmente desde muchas generaciones
atrás.
Resalta un
equívoco concepto de hombría, la creencia de que los hijos varones tenían que
ser exigidos al máximo y soportar duras pruebas. Que siempre deberían demostrar
su virilidad, sus aptitudes combativas y aceptar los ordenamientos de sus
padres para seguir al pie de la letra su ejemplar comportamiento.
Aunque suene
exagerado, podría resumirse así el mensaje: «Un hombre tiene que ser guapo
(valiente), serio, trabajador, honesto, responsable, mujeriego y buen
bebedor». ¡No parece tan difícil! Creo que yo pude cumplir a cabalidad con
esas exigencias, sobre todo, la de ser un buen bebedor (un borrachín).
«Pero
mi caso es apenas un ejemplo. Lo mismo puede haberle sucedido a mucha gente».
El pensamiento
de aquellas generaciones es cuestionado por muchos de nosotros, en especial por
la juventud de hoy. También son polémicos temas como la virginidad, el
matrimonio, el pudor, las responsabilidades civiles, los deberes y derechos de
género, etcétera.
Lo peor por
aquellos días era el rol pasivo de la mujer. Ella, como madre, no estaba en
posición para tomar decisiones importantes, debía obedecer y apoyar a su
esposo. Es por eso que me preocupa que, hoy en día, cuando el sexo femenino
goza de todos sus derechos y tiene la potestad de exigir y decidir, se sigan
presentando casos aberrantes e irresponsables en los que adultos ―hombres y
mujeres― inducen a los menores (incluso a sus propios hijos) al consumo del
alcohol.
A estas alturas de la vida deberíamos tener plena consciencia sobre la gravedad del asunto y actuar unidos para prevenir y educar con base en la experiencia. Hemos de proteger a los niños y jóvenes de hoy, y a todas las generaciones venideras en procura del bienestar de la sociedad.
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