viernes, 16 de febrero de 2024

Construyendo una personalidad | Capítulo 6 - ¿Por qué quieres embriagarte? Octava entrega del libro

¿Porqué quieres embriagarte?

Construyendo una personalidad

Capítulo VI

Recuerdo que cuando tenía catorce años, mis amigos y yo bebíamos como si fuésemos adultos. ¡¡Ah, éramos los mejores!! No olvidaré lo famoso que fui en mi barrio (y que debo ser aún entre quienes sobreviven y me recuerdan) por mi gran talento para beber. Cómo olvidar el día en el que gané una apuesta por beberme una botella de aguardiente en una sola toma, sin hacer ninguna pausa. Fui reconocido con muchos méritos por mi grupo social. Claro que, a los quince minutos no podía caminar y vomitaba sin parar. Gracias al licor no solo obtuve el título de buen bebedor, también fui reconocido por mi valor y arrojo para las peleas callejeras, conquista de mujeres, hazañas peligrosas y otras tantas estupideces como la de abandonar el colegio.

 Casi podría decirse que, a los catorce años, gracias a esa rápida y enloquecida carrera por el mundo del alcoholismo, yo era un superhombre —por lo menos eso era lo que me creía—. Para entonces, podría catalogarme como un profesional en el arte de beber, mejor dicho, un vicioso, un alcohólico joven.

Día a día se fortalecía mi ego, era un hombre guapo, rebelde, conquistador y buena vida. Aumentaba mi tolerancia a los efectos del alcohol; me involucraba en cosas peligrosas, nocivas para mí, para mi familia y la sociedad. Fundamentaba mi posición social como el individuo que pretendía ser, pero que en realidad estaba muy distante de mi verdadera esencia. Construía mi vida de manera equívoca. Toda esa aparente fortaleza se constituía en una fachada que escondía el debilitamiento de las bases de mi construcción humana. —Mi esencia era otra, debería haber tomado otro camino—.

Doy gracias a Dios, a mis padres y a mis maestros, porque su labor fue tan buena que, a pesar de actuar ciego ante la realidad, lleno de vanidad y sumido en la equivocación, aprendí de ellos, reconocí y fragüé mis principios, adquirí valores y mantuve vivo ese ser que realmente soy. El camino que tomé estaba desviado de mi horizonte. —No sabes cuánto daño me hice y causé a mi familia—.

Es por eso que lo más importante en la vida de un ser humano es que reconozca y afiance los buenos principios, estos se adquieren y se establecen desde la cuna (el hogar) y se convierten en los únicos —y fundamentales— recursos de recuperación y fortalecimiento moral y psicológico con los que puedas contar.

Así mismo, muchas fallas harán parte de ti si cultivas los errores desde pequeño. Lo negativo que recibes a partir de la primera infancia: sentimientos perniciosos, motivaciones erróneas, maltrato y humillaciones, desprecio, etcétera, te marcará por siempre y estará latente durante tu existencia.

Como todos los seres vivos, las personas somos receptores naturales y gozamos de una aptitud extraordinaria de poder asimilar lo que llega a nuestro universo interior. Desde que tenemos el primer aliento de vida podemos percibir estímulos a través de los sentidos. A partir del nacimiento, y hasta los seis años aproximadamente, se construye el camino del intelecto, se desarrolla y madura la estructura cerebral. «Este proceso se llama sinapsis, que consiste en uniones múltiples de dos o más neuronas formando circuitos, activadas por impulsos eléctricos originados por los estímulos exteriores». Como si trazásemos las rutas de lo que será el pensamiento y las futuras habilidades mentales.

Durante esa etapa vamos adquiriendo suficiencia psicológica que nos permite interactuar con el medio que nos rodea. Sobre esa fase de crecimiento y desarrollo estamos facultados para experimentar, asimilar y clasificar lo que nos gusta y nos hace bien.  Se fundamentan pensamientos, acciones y respuestas: como las costumbres alimenticias, hábitos de sueño y de actividad, capacidad intelectual y física, límites sensoriales y extrasensoriales, parámetros de socialización, comportamientos afectivos, conductas, etcétera.

Son innumerables los estímulos que llegan a nosotros. Podríamos pensar que cada elemento material, racional y emocional que toca nuestras vidas significa una propuesta que ha de ser aceptada o rechazada. Tarde o temprano se integrarán a nuestra existencia. Por ejemplo:

Los alimentos que consumimos fortalecen nuestro cuerpo y contribuyen al desarrollo físico y psicológico.

Los aportes académicos y culturales son factores que nos enriquecen y fortalecen individual y socialmente.

La experiencia nos entrega enseñanzas reales que nos sirven para trazar un mapa con los caminos ya recorridos.

Las situaciones emocionales nos guían en la creación de una vida sentimental, y nos ayudan a socializar.

Día a día absorbemos estímulos y respondemos a ellos mientras elaboramos nuestra construcción humana, por eso se hace necesario entender cuán importante debe ser la calidad de estos mismos; podrán afectarnos negativamente o enriquecernos. Todo dependerá de lo buenos o malos que sean y de la continuidad con la que lleguen a nosotros. Pero, ¿qué es bueno y que es malo?

Los conceptos son múltiples y relativos; nada es igual para todos. El aprendizaje y la experiencia, basados en las técnicas y en el tiempo, conducen al análisis general de los factores que son positivos o negativos para la especie humana. La ciencia, por ejemplo, se constituye en una herramienta lógica y real de gran ayuda que nos aporta conocimientos útiles para la supervivencia y el desarrollo. Nos facilita, a través de la investigación y la experimentación, el entendimiento acerca de nuestra condición e interacción con el universo.

Por otra parte, si hablásemos de la alimentación, por ejemplo: gracias al estudio, análisis y conclusiones realizados por personas idóneas, sabemos cuáles alimentos y en qué cantidades podemos consumir, sus efectos positivos y negativos al corto y largo plazo, la forma en la que debemos hacerlo para aprovechar todas sus cualidades nutritivas, etcétera.

Otro ejemplo, sería resaltar cómo a partir de pruebas y experiencias de diferentes niveles; estadísticas de competencias deportivas y diagnósticos soportados en la tecnología, podemos conocer los límites físicos, psicológicos y fisiológicos humanos.

También, de alguna manera, facultades cognitivas como la intuición nos ayudan a reconocer la diferencia entre peligro y seguridad. En cuanto al equilibrio y a la tranquilidad emocional, al bienestar y a la convivencia social, todo eso lo tomamos del conjunto de todos los individuos (la interacción social). Aprendemos del dolor, de las satisfacciones, del éxito y del fracaso, de la aceptación y la censura, etcétera.

En fin, por estos y otros tantos factores tenemos la habilidad de hacer una valoración individual o general sobre muchos aspectos de la vida humana para catalogarlos como buenos o malos.

Es gracias a nuestra inteligencia y a la sensibilidad emocional que podemos elaborar un plan de vida que incluye o excluye estos elementos en busca de un desarrollo óptimo. Entonces preguntémonos:

¿Por qué hacemos cosas que nos afectan?

¿Por qué enfrentamos el peligro arriesgándonos más allá del límite?

¿Por qué buscamos y aceptamos factores que nos destruyen?

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