sábado, 10 de febrero de 2024

La metamorfosis / Capítulo 5 - ¿Por qué quieres embriagarte? Séptima entrega del libro

La metamorfosis

En la medida en la que crecemos, tomamos las riendas de nuestras vidas y elegimos un rumbo que nos afectará de manera positiva o negativa. En mi caso, viniendo de una familia tradicional y de orden patriarcal, desarrollé mi personalidad de hombre machista, obediente a los preceptos de mi padre y a las reglas sociales, pero independiente y fuerte como individuo.

Ese proceso se desarrolla desde los primeros años de la vida hasta la etapa de la adolescencia en dos ambientes: el hogar y el colegio. Es ahí, entre esos dos espacios, en donde aprendemos a amar y a ser amados; fundamentamos y forjamos nuestros principios, adquirimos sabiduría y fortaleza, desarrollamos aptitudes y cultivamos valores y virtudes morales.

Sin embargo, nuestra personalidad será diferente en el hogar y en el colegio. Surgirá un constante y aterrador duelo moral entre la total aceptación de la estructura de vida que plantean tus padres (con todas sus condiciones) y lo que tú experimentas y deseas. Aprendes muchas cosas de las personas de tu edad; ellas tienen miles de inquietudes similares a las tuyas, son portadoras de información novedosa y gratificante (a veces), te influyen, te sugestionan.

Por otra parte, los maestros, quienes con esfuerzo y dedicación luchan por encaminarte hacia lo positivo, intentan prepararte de la mejor manera para vivir en sociedad, viéndote como a un semejante humano. En su espacio no brillan los lazos afectivos; lo que algunos te ofrecen es consideración e instinto protector y, en muchos casos, indiferencia.

Cuando los maestros te instruyen sobre lo que puede afectarte (drogadicción, libertinaje y promiscuidad sexual, conductas delictivas, alcoholismo, etcétera), enfocan los problemas desde el punto de vista legal y funcional. Te señalan, con base en su conocimiento, el camino a seguir y te indican de manera restrictiva lo que no deberías hacer, pero no te ayudan a entenderlo y creer en ello. Mientras tanto, sigues siendo bombardeado por experiencias y estímulos contundentes que aporta tu ambiente social.

Durante la época escolar debes superar muchas situaciones: quieres aprender, desarrollar destrezas y probarte. Reconoces tus derechos y luchas por ellos, posicionándote socialmente. La búsqueda de reconocimiento es continua. Tienes que hacer uso de todas las herramientas posibles para competir y superar las exigencias que se te presentan. Pero, en ese afán y bajo tanta presión, puedes cometer graves errores tomando caminos equivocados como el de las drogas o el alcohol.

 

Cuando consumes licor en tus primeros años de vida, llámese niñez, pubertad o adolescencia, es muy factible que esa conducta equívoca y peligrosa se convierta en un factor de popularidad y te consideren célebre dentro de una sociedad sin rumbo. Parece que alcanzas un gran liderazgo, puedes ser fuente de inspiración y ejemplo para otros. Te destacas por tu valentía, rebeldía e independencia.

Tu comportamiento desinhibido puede ayudarte a obtener muchas conquistas en todos los aspectos. Mejor aún será, si al mismo tiempo cumples a cabalidad con tus responsabilidades, entonces consigues fama, aprobación y jerarquía en ese inmerso y aislado escondite que construyes.

Aunque parezca exagerado decirlo de esta manera: así como tus amigos u otras personas podrían reconocerte por ser un gran deportista o un excelente estudiante, un buen ser humano, emprendedor, guerrero, conquistador, etcétera; si eres un buen tomador de trago serás admirado y respetado, alcanzarás la imagen que deseas proyectar entre aquellos que eliges, y eso te hará sentir en una posición satisfactoria.

Por ejemplo, cuando yo tenía diez años de edad vivía con mi familia en la ciudad de Medellín y estudiaba en el colegio Ferrini, una institución de clase media alta dirigida por sacerdotes jesuitas. El nivel académico y moral del colegio era muy exigente, y el rechazo hacia el consumo de alcohol y sustancias tóxicas era una prioridad por parte de educadores y personal administrativo. Sin embargo, a escondidas, algunos de mis compañeros de clase y yo fumábamos cigarrillo y nos tomábamos unos vinos en los tejados y recovecos del colegio. Nos ausentábamos de las clases y desperdiciábamos el tiempo. Reinaba una sensación de rebeldía e independencia, no cualquiera se atrevía a hacer lo que nosotros hacíamos. Decidíamos y actuábamos por nuestra propia cuenta y eso nos hacía grandes íntima y socialmente.

Eso me hace pensar que además de contar con la familia y una estabilidad socioeconómica, además de recibir atención y educación, los seres humanos necesitamos un respaldo constante con base en el amor, y buenas orientaciones para cultivar y afianzar pensamientos positivos. Necesitamos blindarnos contra factores externos que puedan afectarnos radicalmente, o por lo menos debilitarnos, y que además puedan convertirse en obstáculos perversos para la vida.

Siempre ha estado ahí y estará la influencia social; individuos que te ofrecen consciente o inconscientemente diferentes caminos a seguir. Nadie te fuerza, nadie te obliga a hacer lo que no quieres, simplemente el medio que te rodea te presenta diferentes alternativas y tú eliges las que deseas.

Lo que te conduce al error es el desconocimiento de lo que te afecta o no. Todos aceptamos conformes como única maestra a la experiencia. Pero no a la experiencia analizada y transmitida por otros (sobre todo por nuestros padres) que en su sabiduría se esfuerzan por dárnosla a conocer de manera oportuna, sino la experiencia vivida en carne propia, aquella que va acompañada por el dolor y la frustración. Teniendo que pasar por ciclos que interrumpen la vida en la degradación, con gran dificultad para continuar, y que en muchas ocasiones la terminan prematuramente.

Ignoramos o rechazamos lo que vaya en dirección opuesta a nuestras creencias y pensamientos; es bastante difícil abrir espacios de aceptación, análisis y comprensión a conceptos diferentes a los nuestros. Defendemos todo lo que somos y lo que pensamos sin darnos la oportunidad de corregir nuestros más graves errores, lo que tal vez nos ayudaría (si lo aceptásemos) a evitar consecuencias nefastas encausadas por apreciaciones y enseñanzas equívocas. «Los errores se arraigan de manera progresiva y peligrosa, haciéndose invisibles ante la consciencia».

Analicémoslo de manera cruda y sencilla con este ejemplo: si a la edad de diez años yo había consumido licor en muchas oportunidades y había probado el cigarrillo, seguramente que, a pesar de mi condición de inmadurez, me sentía capaz de tomar decisiones con respecto a estos actos. Enfrentaba mis temores sin entender las posibles y nefastas consecuencias, adentrándome en la oscuridad de la rebeldía y minando progresivamente mi voluntad.

Lo que tal vez no sucedería con aquel niño que, a la misma edad, nunca hubiese tenido contacto directo o indirecto con el alcohol y el tabaco. Un niño que pudiese aceptar y entender, dentro de un proceso de educación ligado al amor y a la solidaridad humana, que estas cosas no deberían nunca formar parte de su vida, que no son necesarias, que no aportan nada positivo, que son perjudiciales y que han de ser rechazadas.

Infortunadamente, en mi caso el camino estaba tomado, era difícil entender e imaginar la realidad de un problema futuro. En ese punto, apenas iniciando, ya no era receptivo a sermones ni consejos, ni mucho menos podían afectarme el castigo, la restricción o el descrédito, porque (por el contrario) estos elementos acentuaban el problema.

A pesar del discreto o nulo conocimiento que tenía sobre los efectos negativos del alcohol y, de que era algo prohibido para un niño, buscaba disfrutar de sus estímulos constantemente. Me hacía fuerte y me sentía independiente, creía que tenía todo el derecho de hacerlo y que además podía decidir y afrontar las consecuencias de mis actos, lo que cada vez me endurecía más y me acercaba al abismo del error.

Siempre estarán presentes las contradicciones y la confusión respecto a lo que piensan tus padres, maestros y adultos en general. Si ellos saben que consumes licor a la edad de diez, doce o catorce años, se van a sorprender, te van a reprochar lo que haces e incluso ―si está en sus manos― van a juzgarte y a castigarte.

¿Cómo es que un niño hace esas cosas propias de los adultos?

¿Acaso no existe la más mínima autoridad por parte de sus padres?

¿No ha recibido una buena orientación?

«Escandalosos interrogantes que podrían plantearse ante situaciones evidentes de consumo de licor por parte de niños y adolescentes sin la supervisión o el consentimiento de su familia, o en reuniones clandestinas con personas de su misma edad. Aunque sería peor si lo hiciesen en compañía de individuos mayores ajenos a la familia, entonces, saltaría a la vista quiénes son los culpables de inducirlos a esas acciones».

La actitud primaria de los adultos es de reproche y de un supuesto desconocimiento acerca del porqué y dónde se origina este comportamiento, pero cíclicamente se repite el error de aceptar y motivar que el niño y el joven puedan consumir licor, siempre y cuando el escenario sea generado por los círculos familiares y sociales cercanos.

«Vamos a compartir unos vinos o a tomar una copa de champán. Vamos a tomar unos tragos, a bailar y a divertirnos sanamente…».

Las justificaciones: el cumpleaños de mamá o papá; la primera comunión de mi hermanita; el grado de mi hermano; las fiestas decembrinas, el paseo de olla, el velorio de la tía Juana, etcétera. El mensaje sería: no bebas con tus amigos, el licor te hace daño, qué dirán de ti y de tu familia, te expones a muchos peligros y a las malas influencias. Pero mientras lo hagas en casa y con nosotros o con aquellas personas a quienes toleramos, no hay ningún problema; solo disfruta, diviértete y no pierdas el control.

Recuerdo tantas ocasiones en las que tomé licor en mi casa que no podría contarlas. Siempre estuvo presente en todas las celebraciones, cada uno de los asistentes bebía poco o mucho, pero lo hacía; Ha sido una constante durante toda la vida en familia y aun después de que cada uno tomó su rumbo, no podía faltar el delicioso licor en posteriores reuniones.

¿Acaso no te suena familiar?

¿Recuerdas los momentos felices que compartiste con tus seres queridos disfrutando de unos pocos y bien administrados tragos?

¿Alguna vez te pasaste de copas?

¿Recuerdas lo gracioso que se veía algún miembro de tu familia bajo el efecto del licor?

¿Recuerdas el día en el que, gracias al licor, te desinhibiste y le diste un beso a esa persona que tanto deseabas?

¿¡Sí, lo recuerdas!?

Son muchas las situaciones que podríamos rememorar en relación con el alcohol, la familia y nuestras emociones.

«Amigo lector, si piensas que estoy equivocado, si nunca viviste ninguna de estas situaciones, por favor discúlpame y déjame felicitarte al igual que a tu familia. Son casos excepcionales y maravillosos aquellos en los que la responsabilidad, la inteligencia y la cordura se han impuesto ante las tradiciones y las costumbres erradas de muchas sociedades que, sin querer, actuando con amor y buena fe, han hecho daño a sus seres amados heredando a ellos sus errores».

¡La idea es muy clara! Debo reiterar que el primer roce con el alcohol que pudiésemos tener es precisamente dentro del seno familiar. Hemos de recordar algunas experiencias con nuestros padres, hermanos, tíos o parientes cercanos, consumiendo licor dentro de ambientes agradables y llenos de amor, lo cual no conduce ni a la crítica ni al rechazo, sino a la total aceptación y complacencia. Indudablemente, la oportunidad de participar de esos oasis llenos de alegría, afecto y licor, compartiendo bellos y deliciosos momentos con nuestros seres amados, hace que se fortalezcan las ataduras y se mantengan vivos por siempre esos hermosos recuerdos.

El hogar es solo un punto de partida, la calle y el mundo exterior se convierten en otra alternativa importante en la construcción de tu vida. Tú seleccionas un grupo social, eliges los lugares que te gustan y las actividades que quieres realizar, planteas tus deseos y tus metas. Sin embargo, así como la sociedad de la que te rodeas te influye, la más poderosa y arraigada influencia vendrá contigo desde el hogar. Por eso es de vital importancia, dentro del seno familiar y a tiempo, el manejo de la estimulación, el aprendizaje y la motivación. La correcta información, la fundamentación de principios y la promoción de valores humanos.

Si a partir de mi primera infancia me hubieran motivado de manera apropiada para aprender latín, artes marciales, pintura al óleo, baloncesto, medicina, etcétera, estoy seguro de que al día de hoy sería bueno en cualquiera de estas actividades o en todas ellas, y que progresivamente estaría mejorando.

Podría citar otro ejemplo en cuanto a la religión: si en lugar de haber sido educado bajo los principios de la religión católica, hubiese recibido una orientación diferente, llámese cristianismo radical, judaísmo, budismo, etcétera, entonces esa sería hoy mi tendencia y trataría de transmitírsela a mis hijos.

Sin embargo, aunque recibí una excelente formación familiar enfocada hacia los valores humanos, fui objeto de mucho amor, disfruté de bastantes privilegios, tuve la oportunidad de prepararme académicamente, conocí buenas personas y lugares en compañía de mi familia; también tuve la desgracia de conocer el alcohol dentro de mi hogar. Por eso lo relaciono con momentos agradables de mi vida y con mi familia, con mi infancia y mi adolescencia; por eso hace parte integral de mi crecimiento y está vivo en mis recuerdos.

Estuvo presente en casi todas las etapas de mi existencia y en múltiples circunstancias. Me dejó algunas satisfacciones y me causó innumerables problemas. Siempre me acompañó, estuvo a mi lado hasta hace muy poco tiempo. Y puedo contarte que es bastante difícil desprenderse de él, porque ese sí que es un amigo fiel. —No pararía nunca de contar las anécdotas vividas con ese gran compañero—.

Adquiere el libro en Amazon.com




 

No hay comentarios:

Publicar un comentario