Ese proceso se
desarrolla desde los primeros años de la vida hasta la etapa de la adolescencia
en dos ambientes: el hogar y el colegio. Es ahí, entre esos dos espacios, en
donde aprendemos a amar y a ser amados; fundamentamos y forjamos nuestros
principios, adquirimos sabiduría y fortaleza, desarrollamos aptitudes y
cultivamos valores y virtudes morales.
Sin embargo,
nuestra personalidad será diferente en el hogar y en el colegio. Surgirá un
constante y aterrador duelo moral entre la total aceptación de la estructura de
vida que plantean tus padres (con todas sus condiciones) y lo que tú
experimentas y deseas. Aprendes muchas cosas de las personas de tu edad; ellas
tienen miles de inquietudes similares a las tuyas, son portadoras de
información novedosa y gratificante (a veces), te influyen, te sugestionan.
Por otra parte,
los maestros, quienes con esfuerzo y dedicación luchan por encaminarte hacia lo
positivo, intentan prepararte de la mejor manera para vivir en sociedad,
viéndote como a un semejante humano. En su espacio no brillan los lazos
afectivos; lo que algunos te ofrecen es consideración e instinto protector y,
en muchos casos, indiferencia.
Cuando los
maestros te instruyen sobre lo que puede afectarte (drogadicción, libertinaje y
promiscuidad sexual, conductas delictivas, alcoholismo, etcétera), enfocan los
problemas desde el punto de vista legal y funcional. Te señalan, con base en su
conocimiento, el camino a seguir y te indican de manera restrictiva lo que no
deberías hacer, pero no te ayudan a entenderlo y creer en ello. Mientras tanto,
sigues siendo bombardeado por experiencias y estímulos contundentes que aporta
tu ambiente social.
Durante la época
escolar debes superar muchas situaciones: quieres aprender, desarrollar
destrezas y probarte. Reconoces tus derechos y luchas por ellos, posicionándote
socialmente. La búsqueda de reconocimiento es continua. Tienes que hacer uso de
todas las herramientas posibles para competir y superar las exigencias que se
te presentan. Pero, en ese afán y bajo tanta presión, puedes cometer graves
errores tomando caminos equivocados como el de las drogas o el alcohol.
Cuando consumes
licor en tus primeros años de vida, llámese niñez, pubertad o adolescencia, es
muy factible que esa conducta equívoca y peligrosa se convierta en un factor de
popularidad y te consideren célebre dentro de una sociedad sin rumbo. Parece
que alcanzas un gran liderazgo, puedes ser fuente de inspiración y ejemplo para
otros. Te destacas por tu valentía, rebeldía e independencia.
Tu
comportamiento desinhibido puede ayudarte a obtener muchas conquistas en todos
los aspectos. Mejor aún será, si al mismo tiempo cumples a cabalidad con tus
responsabilidades, entonces consigues fama, aprobación y jerarquía en ese
inmerso y aislado escondite que construyes.
Aunque parezca
exagerado decirlo de esta manera: así como tus amigos u otras personas podrían
reconocerte por ser un gran deportista o un excelente estudiante, un buen ser
humano, emprendedor, guerrero, conquistador, etcétera; si eres un buen
tomador de trago serás admirado y respetado, alcanzarás la imagen que
deseas proyectar entre aquellos que eliges, y eso te hará sentir en una
posición satisfactoria.
Por ejemplo,
cuando yo tenía diez años de edad vivía con mi familia en la ciudad de Medellín
y estudiaba en el colegio Ferrini, una institución de clase media alta dirigida
por sacerdotes jesuitas. El nivel académico y moral del colegio era muy
exigente, y el rechazo hacia el consumo de alcohol y sustancias tóxicas era una
prioridad por parte de educadores y personal administrativo. Sin embargo, a
escondidas, algunos de mis compañeros de clase y yo fumábamos cigarrillo
y nos tomábamos unos vinos en los tejados y recovecos del colegio. Nos ausentábamos
de las clases y desperdiciábamos el tiempo. Reinaba una sensación de rebeldía e
independencia, no cualquiera se atrevía a hacer lo que nosotros hacíamos.
Decidíamos y actuábamos por nuestra propia cuenta y eso nos hacía grandes
íntima y socialmente.
Eso me hace
pensar que además de contar con la familia y una estabilidad socioeconómica,
además de recibir atención y educación, los seres humanos necesitamos un
respaldo constante con base en el amor, y buenas orientaciones para cultivar y
afianzar pensamientos positivos. Necesitamos blindarnos contra factores
externos que puedan afectarnos radicalmente, o por lo menos debilitarnos, y que
además puedan convertirse en obstáculos perversos para la vida.
Siempre ha
estado ahí y estará la influencia social; individuos que te ofrecen consciente
o inconscientemente diferentes caminos a seguir. Nadie te fuerza, nadie te
obliga a hacer lo que no quieres, simplemente el medio que te rodea te presenta
diferentes alternativas y tú eliges las que deseas.
Lo que te
conduce al error es el desconocimiento de lo que te afecta o no. Todos aceptamos
conformes como única maestra a la experiencia. Pero no a la experiencia
analizada y transmitida por otros (sobre todo por nuestros padres) que en su
sabiduría se esfuerzan por dárnosla a conocer de manera oportuna, sino la
experiencia vivida en carne propia, aquella que va acompañada por el dolor y la
frustración. Teniendo que pasar por ciclos que interrumpen la vida en la
degradación, con gran dificultad para continuar, y que en muchas ocasiones la
terminan prematuramente.
Ignoramos o
rechazamos lo que vaya en dirección opuesta a nuestras creencias y
pensamientos; es bastante difícil abrir espacios de aceptación, análisis y
comprensión a conceptos diferentes a los nuestros. Defendemos todo lo que somos
y lo que pensamos sin darnos la oportunidad de corregir nuestros más graves
errores, lo que tal vez nos ayudaría (si lo aceptásemos) a evitar consecuencias
nefastas encausadas por apreciaciones y enseñanzas equívocas. «Los errores se
arraigan de manera progresiva y peligrosa, haciéndose invisibles ante la
consciencia».
Analicémoslo
de manera cruda y sencilla con este ejemplo: si a la edad de diez años yo había
consumido licor en muchas oportunidades y había probado el cigarrillo,
seguramente que, a pesar de mi condición de inmadurez, me sentía capaz de tomar
decisiones con respecto a estos actos. Enfrentaba mis temores sin entender las
posibles y nefastas consecuencias, adentrándome en la oscuridad de la rebeldía
y minando progresivamente mi voluntad.
Lo que tal vez
no sucedería con aquel niño que, a la misma edad, nunca hubiese tenido contacto
directo o indirecto con el alcohol y el tabaco. Un niño que pudiese aceptar y
entender, dentro de un proceso de educación ligado al amor y a la solidaridad
humana, que estas cosas no deberían nunca formar parte de su vida, que no son
necesarias, que no aportan nada positivo, que son perjudiciales y que han de
ser rechazadas.
Infortunadamente,
en mi caso el camino estaba tomado, era difícil entender e imaginar la realidad
de un problema futuro. En ese punto, apenas iniciando, ya no era receptivo a
sermones ni consejos, ni mucho menos podían afectarme el castigo, la
restricción o el descrédito, porque (por el contrario) estos elementos
acentuaban el problema.
A pesar del
discreto o nulo conocimiento que tenía sobre los efectos negativos del alcohol
y, de que era algo prohibido para un niño, buscaba disfrutar de sus estímulos
constantemente. Me hacía fuerte y me sentía independiente, creía que tenía todo
el derecho de hacerlo y que además podía decidir y afrontar las consecuencias
de mis actos, lo que cada vez me endurecía más y me acercaba al abismo del
error.
Siempre estarán
presentes las contradicciones y la confusión respecto a lo que piensan tus
padres, maestros y adultos en general. Si ellos saben que consumes licor a la
edad de diez, doce o catorce años, se van a sorprender, te van a reprochar lo
que haces e incluso ―si está en sus manos― van a juzgarte y a castigarte.
¿Cómo
es que un niño hace esas cosas propias de los adultos?
¿Acaso
no existe la más mínima autoridad por parte de sus padres?
¿No
ha recibido una buena orientación?
«Escandalosos
interrogantes que podrían plantearse ante situaciones evidentes de consumo de
licor por parte de niños y adolescentes sin la supervisión o el consentimiento
de su familia, o en reuniones clandestinas con personas de su misma edad.
Aunque sería peor si lo hiciesen en compañía de individuos mayores ajenos a la
familia, entonces, saltaría a la vista quiénes son los culpables de inducirlos
a esas acciones».
La actitud primaria
de los adultos es de reproche y de un supuesto desconocimiento acerca del
porqué y dónde se origina este comportamiento, pero cíclicamente se repite el
error de aceptar y motivar que el niño y el joven puedan consumir licor,
siempre y cuando el escenario sea generado por los círculos familiares y
sociales cercanos.
«Vamos
a compartir unos vinos o a tomar una copa de champán. Vamos a tomar unos
tragos, a bailar y a divertirnos sanamente…».
Las
justificaciones: el cumpleaños de mamá o papá; la primera comunión de mi
hermanita; el grado de mi hermano; las fiestas decembrinas, el paseo de olla,
el velorio de la tía Juana, etcétera. El mensaje sería: no bebas con tus
amigos, el licor te hace daño, qué dirán de ti y de tu familia, te expones a
muchos peligros y a las malas influencias. Pero mientras lo hagas en casa y con
nosotros o con aquellas personas a quienes toleramos, no hay ningún problema;
solo disfruta, diviértete y no pierdas el control.
Recuerdo tantas
ocasiones en las que tomé licor en mi casa que no podría contarlas. Siempre estuvo
presente en todas las celebraciones, cada uno de los asistentes bebía poco o
mucho, pero lo hacía; Ha sido una constante durante toda la vida en familia y
aun después de que cada uno tomó su rumbo, no podía faltar el delicioso licor
en posteriores reuniones.
¿Acaso
no te suena familiar?
¿Recuerdas
los momentos felices que compartiste con tus seres queridos disfrutando de unos
pocos y bien administrados tragos?
¿Alguna
vez te pasaste de copas?
¿Recuerdas
lo gracioso que se veía algún miembro de tu familia bajo el efecto del licor?
¿Recuerdas
el día en el que, gracias al licor, te desinhibiste y le diste un beso a esa
persona que tanto deseabas?
¿¡Sí,
lo recuerdas!?
Son muchas las
situaciones que podríamos rememorar en relación con el alcohol, la familia y
nuestras emociones.
«Amigo
lector, si piensas que estoy equivocado, si nunca viviste ninguna de estas
situaciones, por favor discúlpame y déjame felicitarte al igual que a tu
familia. Son casos excepcionales y maravillosos aquellos en los que la
responsabilidad, la inteligencia y la cordura se han impuesto ante las
tradiciones y las costumbres erradas de muchas sociedades que, sin querer,
actuando con amor y buena fe, han hecho daño a sus seres amados heredando a
ellos sus errores».
¡La idea es muy
clara! Debo reiterar que el primer roce con el alcohol que pudiésemos tener es
precisamente dentro del seno familiar. Hemos de recordar algunas experiencias
con nuestros padres, hermanos, tíos o parientes cercanos, consumiendo licor
dentro de ambientes agradables y llenos de amor, lo cual no conduce ni a la
crítica ni al rechazo, sino a la total aceptación y complacencia.
Indudablemente, la oportunidad de participar de esos oasis llenos de
alegría, afecto y licor, compartiendo bellos y deliciosos momentos con nuestros
seres amados, hace que se fortalezcan las ataduras y se mantengan vivos por
siempre esos hermosos recuerdos.
El hogar es solo
un punto de partida, la calle y el mundo exterior se convierten en otra
alternativa importante en la construcción de tu vida. Tú seleccionas un grupo
social, eliges los lugares que te gustan y las actividades que quieres
realizar, planteas tus deseos y tus metas. Sin embargo, así como la sociedad de
la que te rodeas te influye, la más poderosa y arraigada influencia vendrá
contigo desde el hogar. Por eso es de vital importancia, dentro del seno
familiar y a tiempo, el manejo de la estimulación, el aprendizaje y la
motivación. La correcta información, la fundamentación de principios y la
promoción de valores humanos.
Si a partir de
mi primera infancia me hubieran motivado de manera apropiada para aprender
latín, artes marciales, pintura al óleo, baloncesto, medicina, etcétera, estoy
seguro de que al día de hoy sería bueno en cualquiera de estas actividades o en
todas ellas, y que progresivamente estaría mejorando.
Podría citar
otro ejemplo en cuanto a la religión: si en lugar de haber sido educado bajo
los principios de la religión católica, hubiese recibido una orientación diferente,
llámese cristianismo radical, judaísmo, budismo, etcétera, entonces esa sería
hoy mi tendencia y trataría de transmitírsela a mis hijos.
Sin embargo,
aunque recibí una excelente formación familiar enfocada hacia los valores
humanos, fui objeto de mucho amor, disfruté de bastantes privilegios, tuve la
oportunidad de prepararme académicamente, conocí buenas personas y lugares en
compañía de mi familia; también tuve la desgracia de conocer el alcohol dentro
de mi hogar. Por eso lo relaciono con momentos agradables de mi vida y con mi
familia, con mi infancia y mi adolescencia; por eso hace parte integral de mi
crecimiento y está vivo en mis recuerdos.
Estuvo presente
en casi todas las etapas de mi existencia y en múltiples circunstancias. Me
dejó algunas satisfacciones y me causó innumerables problemas. Siempre me
acompañó, estuvo a mi lado hasta hace muy poco tiempo. Y puedo contarte que es
bastante difícil desprenderse de él, porque ese sí que es un amigo fiel.
—No pararía nunca de contar las anécdotas vividas con ese gran compañero—.
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