Imagen tomada de la página web BBC News mundo https://www.bbc.com/mundo/articles/cw48kqzlzqko
Padres preocupados | Capítulo IV
Sin
duda alguna, los padres siempre queremos lo mejor para nuestros hijos y
realizamos grandes esfuerzos intentando darles lo que necesitan. La meta es
apoyarlos, educarlos y prepararlos para que en el futuro sean independientes y
exitosos.
Desbordamos
mucho amor sobre ellos. Les enseñamos todo lo que hemos aprendido, tratamos de
evitar que repitan los errores que nosotros cometimos, les transmitimos
principios morales, fomentamos en ellos los valores humanos y esas supuestas
virtudes de las que nos sentimos orgullosos. Además, tratamos de protegerlos de
cualquier cosa que pueda hacerles daño.
Siempre estamos
agobiándolos con recomendaciones triviales y pasajeras, pero no entendemos por
qué ellos incurren en errores.
Recuerdo algo de
lo que nos decían padres y educadores, refiriéndose a sus enseñanzas y al
resultado de las mismas: «Por un oído le entra y por el otro le sale». Pues
tenían toda la razón: sus métodos drásticos y represivos lograban algunos
resultados positivos inmediatos como respuesta natural a la presión, pero sus
enseñanzas no eran bien asimiladas ni lograban convertirse en elementos
completos de formación.
Imagen tomada de la página web Psicología y Mente https://psicologiaymente.com/desarrollo/claves-relacion-sana-padres-hijos-adolescentes
En un proceso de
aprendizaje no basta la información, es necesario el entendimiento y la
aceptación de la misma. Debe integrarse el conocimiento a la estructura
psicológica y moral del individuo. Para asimilar la enseñanza hay que
entenderla, aceptarla y ligarla al universo íntimo, de lo contrario, no será
más que información fugaz.
Así pues, dentro
del marco de esa educación y del pensamiento de antaño, muchos de los temas
relevantes se consideraban intocables, incuestionables, tabú. Solo primaba la
sabia opinión de los padres y su experiencia. Sus consejos ―a manera de leyes―
debían ser escuchados y obedecidos sin importar si se estaba de acuerdo o no. Y
aunque justos y razonables, muchos de ellos, pretendían equívocamente convertir
a las generaciones venideras en fieles copias de su forma de vida.
Actuaban sin
reflexionar sobre sus posibles errores y sin aceptar la continua evolución
generacional, la misma a la que si le hubiesen abierto un espacio de
comprensión, quizás habría afectado de manera positiva sus vidas, las de su
prole y las de la sociedad en general.
Sin
duda, muchos de esos consejos fueron y serán valiosos. Mencionemos algunos
ejemplos:
«Trabaja fuerte e incansablemente,
demostrando siempre dignidad y honradez. No robes, porque eso jamás te lo
perdonaría».
Este concepto lo
reforzaba la iglesia católica con uno de sus diez mandamientos. Pienso que es
algo positivo. De esta forma nos enseñaban el valor de la honradez y el respeto
por los bienes ajenos. Se reconocían y fortalecían el honor y la dignidad
humana con base en el trabajo (virtud que enaltece al hombre).
«Ten relaciones sexuales sanas con sujetos del
sexo opuesto y ojalá comprometido en la convivencia de pareja».
Estoy muy de
acuerdo. Las relaciones heterosexuales son saludables y positivas para el
individuo y la sociedad. La promiscuidad y el libertinaje siempre han generado
problemas y situaciones peligrosas que afectan la vida de personas y familias.
Imagen
tomada de la página web El Planteo
https://elplanteo.com/marihuana-legal-tabaco-estudio/
«No fumes cigarrillo, es muy dañino».
Parece simple, pero es trascendental en cuanto a la salud personal y grupal.
Esa importante advertencia necesitaría ser reforzada con más información y
acciones. Con argumentos y análisis sobre sus efectos tóxicos, su gran poder
aditivo, causas y consecuencias personales y sociales del consumo.
Es necesario
también hacer referencia a un tema muy preocupante en la actualidad: el
Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA).
Es una grave amenaza para la humanidad y no se le concede la importancia que se
merece. Al respecto, algunos padres apenas se limitan a recordar a sus hijos el
uso del preservativo (o condón) como la única y más eficaz forma de prevención.
Con ese tibio consejo creen hacer lo suficiente para evitar que resulten
afectados. Confían en que la comunidad, utilizando los medios de información y
a través de fugaces campañas preventivas, logrará evitar el contagio masivo de
la enfermedad.
Pero no es
suficiente informar y crear temor; las personas se olvidan, la juventud es
rebelde y osada. Sí, la prevención es el único y mejor camino, pero se trata de
un problema de consciencia, de responsabilidad y autovaloración. Para cuidarse
hay que estar convencido de lo peligroso que es el virus, de su fácil
transmisión y de los métodos preventivos que funcionan. Es ahí en donde
deberíamos hacernos siempre presentes los padres para educar, convencer,
sembrar ideas y conceptos convenientes.
No se necesita
ser ilustrado ni sabio si se quiere orientar de manera positiva a los hijos.
Muchos temas deberían ser tratados con ellos en busca de entendimiento,
prevención y soluciones.
Hagámonos ahora
algunas preguntas sobre el alcohol:
¿Crees
que se cuestiona el consumo del alcohol con el mismo énfasis que se hace hacia
el cigarrillo y la marihuana?
¿Es
rechazado socialmente el individuo que toma algunas copas?
¿Las
personas disfrutan de las celebraciones sin incluir la bebida?
¿Es
imprescindible el licor para poder alcanzar estados de alegría, relajación y
felicidad?
¡Tabú!
Nadie quiere adentrarse en ese tema para discutirlo, reflexionar sobre él y
hacer conclusiones serias. Apenas sí se habla de permisividad, de horarios y
límites respecto a su ingesta. Se diseñan actividades, modalidades y espacios
para disfrutarlo. Así solo se favorece su consumo, se genera aceptación y
tranquilidad individual y social.
¡Nadie quiere
abordar la parte negativa! ¿Por qué? Porque la mayoría de las personas, sin
importar su edad, cultura, raza, condiciones socioeconómicas, etcétera, estuvieron
o están involucrados de una u otra manera con ese fenómeno. Nadie quiere cargar
con el peso de la responsabilidad frente a las consecuencias. Los padres, por
ejemplo, jamás van a aceptar que han transmitido un mensaje equívoco a sus
vástagos. Sin embargo, desde su posición de líderes y protectores, generan consejos
y normas que tal vez ayuden con el problema. Por ejemplo:
¡Si quieres
tomar, debes aprender a hacerlo bien…!
¡Nunca abandones
tus responsabilidades por andar tomando licor!
¡Puedes beber
unas copas, pero recuerda que tienes actividades pendientes!
¡Trata de
disfrutar los tragos sin problemas!
¡Disfruta de la
bebida en buena compañía!
¡Procura no
gastar mucho dinero en licor!
¡Toma de vez en
cuando, no sea que te conviertas en un alcohólico!
Imagen tomada de la web de Semana.com
https://www.semana.com/vida-moderna/articulo/beber-licor-delante-de-los-hijos/549770/
Estas y otras tantas
recomendaciones paternas, sin duda, son una clara voz de aceptación al
consumo de licor. Sin embargo, ya sea que nos ubiquemos en el tiempo hace
setenta años o en el día de hoy, la tendencia común de la gente es la de
catalogar el alcohol como perjudicial. «¡Claro!, dependiendo de las
circunstancias en las que se consuma». —¿Cómo entenderlo entonces? —.
Es como si
ignorásemos a propósito la verdad, como si fuésemos incapaces de decidir si
está bien o está mal. Aceptamos el alcohol socialmente dentro de unos
parámetros, pero en el fondo tenemos la certeza de que no trae nada positivo
para nuestras vidas y de que —por el contrario— nos afecta de alguna manera.
Tal vez lo percibimos apenas como un problema disciplinario, lejano al interior
del ser.
Algo
fácil de controlar en el momento en el que decidamos hacerlo.
Nos negamos a
entender y a reconocer lo peligroso y nocivo que puede ser social e
individualmente. Sabemos muy bien cuáles son los efectos fisiológicos y
psicológicos que se producen durante y después de su consumo, pero nos negamos
a rechazarlo radicalmente y a calificarlo como lo que es: un enemigo fuerte
y peligroso que acecha; una avanzada hacia la derrota liderada por la
conciencia del individuo, inmersa en el error; un camino hacia la degradación y
al fracaso.
Prevalece el
concepto generalizado entre familias, educadores y profesionales de la salud,
de catalogar el alcohol como un factor negativo y perjudicial, algo que afecta
a los seres humanos en todos los aspectos de la vida. Todos sabemos de sus
efectos malignos, pero hacemos gala del cinismo y de la hipocresía, ignorando
el peligro y dando rienda libre a la inconsciencia.
Infortunadamente,
nuestros pensamientos están condicionados por las viejas costumbres y desde una
perspectiva equívoca. Así llegamos a creer que la actitud más inteligente es la
de consumir licor moderadamente y en ambientes sanos y tranquilos: dentro del círculo
familiar, en compañía de la pareja o de amigos, en eventos de alta clase social,
etcétera.
En fin, podemos
encontrar bastantes justificaciones para tomar una o muchas copas de alcohol
sin ser objeto de señalamientos, sin producir temor ni preocupación a otras
personas y sin llegar a sentir la más mínima inquietud o culpabilidad por
hacerlo. Creemos que está bien y que es aceptable. ¡Lo justificamos, lo apoyamos y lo
promovemos!
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